Soy su novio.
La tienda había quedado en un silencio sepulcral, Robert la miró como si quisiera arrancarse algo del pecho. Había dolor en sus ojos; un remordimiento torpe que aparecía demasiado tarde. Lucía lo vio y, aunque era fuerte, sintió que la garganta se le cerraba: ver a Robert le devolvía a ese bebé que nunca llegó, a la traición que más la había herido. Un nudo antiguo subió por su estómago y la dejó desnuda frente a la memoria.
Se acercó un paso y Lucía, consciente de lo frágil que se sentía, retrocedió otro. La tienda se volvió pequeña, el ruido de los demás clientes un rumor lejano. Solo ellos existían en esa burbuja tensa.
—Lu, ¿crees que podríamos hablar? —murmuró Robert, la voz quebrada por algo que no era ni rabia ni orgullo, solo arrepentimiento.
Joaquín no lo pensó. Vio a Lucía temblar y su sangre se encendió de inmediato. Con un gesto seco, como si cerrara un puño invisible en el aire, alzó la mano y le dio un golpe en la mandíbula. Robert cayó al piso con un ruido sordo; se sob