La mesa del pequeño restaurante donde solían reunirse quedaba junto a una ventana que dejaba entrar la tarde en franjas cálidas. Hacía calor de fin de semana y la conversación del grupo flotaba ligera: anécdotas, risas y la calma que viene de compartir tiempo con quien ya conoce las mismas cicatrices. Lissandro, Anna, Lucía y Joaquín estaban cómodos, como si hubieran ganado una tregua breve al mundo.
—Oh, Lu, la próxima semana tendremos una gala de beneficencia para el orfanato —dijo Anna, inclinándose hacia Lucía con entusiasmo—. Me dijo Laura que se hace todos los años. ¿Quieres ir?
—Por supuesto, me encantaría —respondió Lucía, con una sonrisa franca.
—Estará Luciano. Debes ir arreglada —añadió Anna.
Bajo la mesa, Joaquín apretó la mano, disimulando unos celos que no pudo evitar. Fue un gesto pequeño, casi instintivo para ayudarlo a no mostrar su molestia por ese doctor que amenazaba con conquistar a Lucía.
—Hum, no me gustó mucho el doctorcito —comentó Lucía, honesta—. Es guapo, sí