La mañana era gris, pero dentro del edificio de la clínica “La Pequeña Esperanza” el ambiente era eléctrico.
Los médicos se habían alineado en la sala de reuniones, los administrativos esperaban con nervios y curiosidad, y una carpeta gruesa con el logo de San Marco Holdings reposaba sobre la mesa.
Los rumores corrían como pólvora:
el nuevo dueño llegaría esa mañana.
Las puertas de vidrio se abrieron y Leandro San Marco cruzó el pasillo con paso seguro, impecablemente vestido, el traje negro resaltando su porte dominante.
Su sola presencia bastó para que los murmullos se detuvieran.
Un asistente corrió a abrir la puerta de la sala principal.
Leandro entró con esa aura que llenaba los espacios, dejando una estela de perfume caro y autoridad.
Miró alrededor, midiendo a cada rostro, buscando a una persona en particular.
—¿Dónde está la doctora Martin? —preguntó con voz fría.
Uno de los administradores tragó saliva.
—La doctora… está en camino, señor. Fue a firmar unos documentos notarial