La puerta de la oficina del nuevo dueño se cerró con un golpe sordo.
Leandro San Marco estaba de pie frente al escritorio, los puños apretados, los documentos aún calientes entre sus manos.
Sus ojos grises recorrían cada línea del contrato y los anexos, y con cada palabra su ceño se fruncía más.
“Renuncias voluntarias. Plazo efectivo: 30 días. Personal médico y administrativo completo.”
Y al final, todas firmadas y selladas con la misma rúbrica: Dra. Agatha Martín.
El rugido le salió del pecho.
—¡Maldita sea! —gruñó, arrojando la carpeta sobre el escritorio con fuerza.
Los papeles volaron.
Se dio media vuelta y salió a grandes pasos por el pasillo, ignorando a los empleados que se apartaban del camino como si una tormenta humana atravesara el edificio.
Llegó hasta la oficina de Agatha y empujó la puerta sin siquiera tocar.
—¿QUÉ MlERDA SIGNIFICA ESTO? —escupió con furia.
Agatha levantó la vista de los informes que estaba revisando, sin inmutarse.
Llevaba el cabello recogido de cualqui