La mañana en la clínica era fría y silenciosa.
Los pasillos estaban tranquilos, pero el aire pesaba. En la sala de espera, Joel, Michelle y Armand aguardaban desde hacía horas, observando cada puerta con ansiedad, esperando que alguien los dejara entrar a ver a Carmen.
Joel tenía las manos entrelazadas sobre las rodillas. No hablaba. Michelle no dejaba de mirar su celular, y Armand, más serio que nunca, intentaba mantenerlos firmes.
Fue entonces cuando el eco de pasos firmes rompió la calma.
Dos figuras altas cruzaron el pasillo. Sus presencias eran inconfundibles: Lucien Moretti y Silvano de Santis. Ambos traían la elegancia y la autoridad de quienes mandan incluso en el silencio. En la mano derecha, Lucien sostenía un maletín metálico.
—Lucien… —murmuró Joel, poniéndose de pie de inmediato.
Lucien lo abrazó con fuerza, y Silvano lo siguió con un apretón de hombros.
—Joel, aquí está lo que me pediste —dijo Lucien con voz firme—. Volamos de inmediato apenas supimos. ¿Cómo está Carmen?