La noche se había cerrado sobre el puerto como una bestia dormida.
El muelle 10 estaba casi vacío; solo el sonido del mar golpeando los pilotes y el zumbido de los contenedores eléctricos llenaban el aire.
Arthur revisaba su reloj por enésima vez.
—Dijiste que venía solo —gruñó, mirando al informante que apenas se sostenía. Después de la golpiza que le dio, Arthur había decidido ayudarlo. Aún tenía el cuerpo manchado con la sangre del traidor anterior que había tenido que botar al mar.
—Eso dijo… que entraría por la puerta oeste —respondió el hombre con miedo—. El celular de George le envió la ubicación, pero yo no estaría tan seguro, señor.
Cristian, apoyado en una de las grúas, giró el cuello con una sonrisa perversa.
—El Chacal… suena rudo. Espero que valga la pena, porque dejé a mi muñequita durmiendo con mi camisa puesta —dijo divertido, encendiendo un cigarro—. Más le vale ser peligroso, o me aburriré.
Arthur lo miró de reojo.
—Conociéndote, igual vas a disfrutarlo.
Cristian sol