El sol de media mañana se filtraba por los ventanales del orfanato, tiñendo el aire con un tono cálido y tranquilo.
Los niños jugaban en el patio mientras el sonido de la fuente de agua resonaba a lo lejos.
Leandro San Marco cruzó el portón con paso firme y mirada altiva. Llevaba en una mano una carpeta de documentos y en la otra una sonrisa que mezclaba picardía y aburrimiento.
Había ido a dejar unos papeles a Laura, su empresa se haría socia del orfanato para donar algunos implementos, pero su verdadera intención era molestar un rato a Cristian coqueteando con Luz —y, con algo de suerte, toparse con Isabella—.
Apenas entró, tres pequeñas corrieron hacia él.
—¡Tío Leandrooo!
El hombre arqueó una ceja, divertido.
—¿Cómo supieron que era yo?
—Porque no vienes con tía Anna —dijo una con toda naturalidad—. El tío Lissandro siempre viene con ella. Además tu siempre estás ordenadito, tío Lissandro anda con su pelo suelto y solo usa camisa negra.
Leandro soltó una carcajada.
—Cierto… cómo