Ella es mía ahora.

La sala del departamento quedó helada en cuanto la puerta se cerró tras ellos. El aire olía a perfume, a café frío y a la tensión que se había acumulado desde la noche anterior. Anna dejó la mochila en un sillón con manos que no dejaban de temblar; la sonrisa que traía de la cabaña se había petrificado al ver a Leandro sentado, impasible, con un vaso de whisky casi intacto entre los dedos.

Él levantó la vista con esa calma cortante que tantos años le había servido para imponer su voluntad. Sus ojos recorrieron a Lissandro con desprecio y, finalmente, se posaron en Anna con una mezcla de incredulidad y rabia contenida.

—¿De verdad lo prefieres a él, Anny? —su voz era fría, afilada—. ¿Esto es en serio? Si supieras a qué se dedica… creo que no lo amarías tanto.

Anna apretó los labios y lo miró sin titubear. No iba a darle el lujo de la duda otra vez.

—Lo sé, Leandro. —dijo con voz firme, esa firmeza que había tomado en los últimos días—. A diferencia tuya, Lissandro es honesto con lo que
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