El hombre detrás del nombre.
La lluvia fina caía sobre los ventanales de la mansión Moretti.
El sonido del agua golpeando el cristal se mezclaba con el crujir del fuego en la chimenea, llenando el despacho de una calma engañosa.
Lissandro estaba de pie junto a la ventana, el vaso de whisky en la mano, observando cómo las gotas resbalaban por el vidrio. Anna estaba en la cocina con las chicas cocinando y riéndose, olvidando todo lo que pasó en la tarde.
Lucien, sentado en su sillón de cuero, lo observaba con atención.
Había aprendido a leer los silencios, y el de Lissandro estaba cargado de furia contenida.
—Tranquilo, hermano —dijo finalmente Lucien, sirviéndose un trago—. Sabía que algo así pasaría. Si ese tipo es de Italia, estás en sus terrenos… y aquí los fantasmas tienen memoria.
Lissandro bebió un sorbo, sin apartar la vista del exterior.
—No me gusta estar en deuda, Lucien. Pero te debo más que la vida. Si Roman no hubiera estado cerca, Anna estaría…
—No sigas —lo interrumpió Lucien con voz grave—. No habl