El reloj marcaba las diez de la noche.
En algún punto de las colinas de Toscana, una mansión antigua dominaba el valle como un predador dormido.
Las luces interiores eran escasas, y el aire olía a madera vieja, tabaco y pólvora.
Bruno Cossio, conocido en los círculos más oscuros como Escorpión, caminaba de un lado a otro del salón principal.
El fuego de la chimenea iluminaba su rostro, revelando su mirada azul gélida y ese rostro prefecto que no parecía que fuera el de un sicópata.
Sus pasos eran lentos, pero cada uno resonaba como un golpe seco.
A su alrededor, cuatro hombres de su equipo permanecían de pie, tensos, con la cabeza gacha.
En la pantalla frente a ellos, el video del intento de secuestro se reproducía una y otra vez.
El tiroteo.
Los cuerpos cayendo.
Lissandro cubriendo a Anna.
Los hombres tácticos que aparecían desde las sombras.
Bruno apagó la pantalla de un golpe, lanzando el control contra la pared.
El plástico se partió en dos, y el sonido del impacto hizo que uno de