Cristian y Arthur al rescate.
Cristian sacudió el arma que llevaba colgada en el hombro y, con un gesto rápido, se la entregó a Joaquín.
—Toma, hermano, sé que la extrañabas.
El metal frío se sintió como un viejo amigo en las manos de Joaquín. Revisó el cargador con un movimiento automático y alzó la vista hacia Lucía. Ella estaba de pie, con la respiración agitada, los mechones enredados. El corazón de Joaquín golpeó con fuerza al verla así, tan vulnerable y a la vez tan fiera.
Se acercó a ella, imponiéndose con su altura, y con un murmullo ronco le dijo:
—No te apartes de mí. ¿Me escuchas? —su cuerpo se inclinó hacia adelante, cubriéndola por completo, como si fuera un muro de acero.
Lucía lo miró con los ojos chispeantes, a punto de soltarle un comentario mordaz, pero el estallido de balas en el pasillo la hizo morderse los labios y asentir en silencio.
El caos volvió a estallar. La puerta del calabozo se abrió de golpe y hombres armados de Leandro irrumpieron con furia, disparando a ciegas en el humo. Pero no