La mañana siguiente, Anna caminó por la boutique con un nudo en el estómago. El ambiente olía a rosas frescas y a encajes recién planchados, pero para ella todo era confusión. La modista la condujo hasta un vestidor amplio, repleto de espejos y vestidos blancos relucientes.
Cuando el cierre del vestido se cerró a su espalda, Anna apenas respiró. Se giró lentamente hacia el espejo: la tela de seda abrazaba sus curvas, el corset realzaba su cintura, el velo caía con suavidad sobre sus hombros. Lucía radiante, como la novia perfecta que todos esperaban que fuera.
Pero sus ojos… sus ojos estaban perdidos. No veía a una novia ilusionada, sino a una mujer que ocultaba lágrimas.
—Está preciosa, señorita Kingsley —dijo la modista con una sonrisa, ajustando los últimos detalles.
Anna sonrió débilmente, acariciando la falda. Se repitió a sí misma que debía concentrarse, que ese era su futuro con Leandro.
Al otro lado de la ciudad, Lissandro intentaba mantenerse ocupado, esquivando cada rincón d