Luz abrió la puerta de su departamento con un vestido largo color Azul, el cabello suelto y ondas suaves cayendo sobre sus hombros como una cascada de oro. Cristian, que entró por la puerta, quedó sin palabras.
Silbó con una sonrisa pícara.
—Wow… te ves hermosa, muñequita. Vas a opacar a la novia.
—No digas bobadas —respondió Luz riendo—. La novia siempre debe ser la más hermosa. Por eso se acostumbra a tirar vino sobre alguna invitada que vaya de blanco… nadie puede ir de blanco más que la novia.
—Wow, esa no me la sabía —dijo Cristian divertido—. Bueno, vamos. Es una hora de viaje, y mi tío es muy gruñón con la puntualidad.
—Vamos —asintió Luz, tomando su bolso.
—Pero antes… —susurró Cristian, acercándose a besarla suavemente—. Estás perfecta, mi muñequita.
Luz sonrió.
—Vamos o me quitarás todo el lápiz labial.
—No te hagas —replicó él con una sonrisa traviesa—. Usas de esos que no se salen. Puedo besarte toda la noche y no perderás el labial.
Ella rió y tomó su mano. Antes de sali