Acércate a ella y te rompo la cara.
La lluvia había dado tregua, pero el cielo seguía cubierto de nubes pesadas. La casa de Lucía estaba en silencio. Anna dormía en la habitación de invitados, envuelta en una frazada, con el rostro cansado y aún húmedo de lágrimas. Había pasado la noche entera llorando, y solo el agotamiento la obligó a cerrar los ojos.
Lucía, en cambio, estaba despierta desde temprano. Había preparado café fuerte, porque sabía que la tormenta no había terminado. Miraba a su amiga dormir con el corazón encogido, sabiendo que cualquier ruido, cualquier recuerdo, podría volver a quebrarla. Tendría que recoger a su amiga del suelo, y pegar sus pedacitos así como tantas veces Anna lo hico con ella.
El timbre sonó de pronto, rompiendo la calma. Una vez. Dos veces. Tres, con insistencia. Lucía frunció el ceño, caminó hacia la puerta y abrió apenas un resquicio.
Allí estaba él.
Traje oscuro, cabello perfectamente peinado, el gesto endurecido pero los ojos llenos de ansiedad.
—¿Está aquí, cierto? —preguntó con