Anna y Lucía estaban en la cafetería terminando sus cafés cuando se levantaron para irse. Anna iba a sacar el teléfono para llamar a Lissandro y proponerle almorzar juntos, pero en ese momento, el rugido de un motor familiar la hizo mirar por la ventana. El corazón le dio un brinco al ver estacionarse el auto negro. Una sonrisa ilusionada se le escapó… hasta que vio la puerta abrirse y descender una mujer rubia, alta, de porte elegante, con un vestido que resaltaba su figura.
El alma se le heló en el pecho. No era solo la belleza de aquella mujer; era la forma en que Lissandro, a pesar de la tensión evidente en sus gestos, le dedicó una sonrisa suave al recibirla. La guió y entraron a la cafetería del frente.
—¿Lo viste? —susurró Lucía, apretando la mandíbula.
—Sí… —Anna apenas respiraba.
—Yo le voy a volar los dientes a Lissandro —dijo Lucía con voz cargada de furia.
—No, espera… debo confiar en él.
Pero las manos de Anna temblaban sobre su bolso.
Dentro del café, Lissandro acompañ