Mundo de ficçãoIniciar sessão¿Qué pasaría si un día descubres que eres el blanco de un grupo terrorista y el único hombre que puede ayudarte es un guerrillero? Kamila McClellan enseña idiomas en Washington DC, hasta el día en que se convierte en el blanco terroristas. El FBI interviene, pero cuando parece que solo la están usando como carnada, el general McClellan, padre Kamila, solicita la ayuda del único hombre en el que sabe que puede confiar: el ex SEAL de la Armada Amer Len. En su remota cabaña en las montañas, Amer pensó que había dejado la Guerra atrás. Sin embargo, ahora está atrapado protegiendo a una belleza de ojos azules de agentes federales ambiciosos y yihadistas enloquecidos. Aunque más inquietante es el hecho de que la encantadora Kamila, parece decidida a destruir su aislamiento autoimpuesto. Amer hace todo lo posible para resistir sus formas embriagadoras, pero puede sentir cómo su resistencia se va desmoronando poco a poco. Con el FBI pisándole los talones y los terroristas no muy lejos, Amer voluntariamente libra una guerra de un solo hombre en defensa de la mujer cuya pasión y fe le han dado la fuerza para superar su pasado. Pero, ¿será suficiente para mantenerla a salvo?
Ler maisEl amanecer llegó, más pronto de lo que Lyra hubiera deseado.
El aullido del vigía anunció la noticia que todos esperaban: el hijo del Alfa regresaba a casa.
Lyra se levantó de golpe. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de nervios y esperanza. Había soñado tantas veces con este momento que casi lo veía: Damon, con su sonrisa que la hacía sentir protegida.
—Hoy —susurró frente al espejo—. Hoy todo cambia.
Se arregló el cabello, se puso la blusa azul que su madre había cosido en invierno y el medallón de luna creciente de su abuela. No era para impresionarlo, o eso intentaba creer, sino para recordarle quién era: la pequeña loba que siempre lo esperó.
Su madre, Lara, la miró desde la puerta con una sonrisa que mezclaba cariño y advertencia.
—Te levantaste temprano.
—No podía dormir.
—Lo sé —dijo Lara, acomodándole una hebra de cabello—. Has esperado este día toda tu vida. Recuerda, lo que sientes es real, pero el destino tiene su propio camino.
Lyra asintió, aunque el nudo en su pecho no se aflojó. *Ojalá el destino piense igual*, pensó. Una noche, hace muchos años, ella, siendo una niña, estaba junto a un Damon un poco mayor. Él le prometió bajo la luna que siempre la protegería, que sus vidas estaban unidas como los viejos robles. Esa promesa, grabada en su corazón, era lo que la consumía ahora. Había esperado toda su vida, no solo su vuelta, sino la confirmación de ese pacto.
Lyra miró su reflejo en el espejo y, por un instante, el rostro que la observó no fue el suyo, sino el de la niña que solía correr descalza por los prados, con las rodillas llenas de barro y el corazón repleto de sueños.
Recordó aquella noche, muchos inviernos atrás, cuando Damon la encontró llorando porque los cachorros mayores se burlaban de ella por ser débil. Él, con apenas unos años más, se quitó la capa y la envolvió con ella.
—No llores, pequeña loba —le había dicho con esa voz firme que ya empezaba a tener autoridad—. Cuando sea Alfa, nadie volverá a hacerte daño.
Ella lo miró con ojos húmedos y le preguntó si lo prometía. Damon alzó la mano y juró bajo la luna que siempre la protegería, que sus caminos estaban unidos como los robles del valle. Luego le regaló una piedra de luna que había encontrado junto al arroyo.
—Para que me recuerdes cuando el bosque te asuste —le dijo.
Lyra llevó los dedos a su cuello, rozando el medallón de su abuela. Dentro, bien escondida, seguía guardando esa piedra.
*Prometiste, Damon*, pensó con un nudo en la garganta. *Y yo te creí.*
El segundo aullido del vigía resonó, y la manada entera se movió hacia la plaza. Lyra bajó las escaleras de su casa dispuesta a ayudar. La Luna Elena había organizado una gran bienvenida: arcos de flores, mesas largas, hogueras y un camino para el Alfa y su familia.
—Lyra, lleva estas guirnaldas y pídele a Tami las velas azules —le pidió Lara mentalmente desde la cocina.
—¡Voy!
Pasó la mañana entre tareas: colgar, atar, revisar. Pero lo que realmente pesaba era la espera. Cada minuto la acercaba más a Damon.
A media mañana, mientras colocaba lavanda en el arco principal, sintió la voz de su madre en su mente.
—Lyra, vuelve a casa. Tu hermano ya llegó.
El corazón le dio un vuelco. Corrió por el sendero hacia la cabaña de los betas. Al entrar, lo vio: Teo, su hermano, más alto y fuerte, con el uniforme del Instituto de Guerreros.
—Hermana… —dijo él, con la voz entrecortada.
—¡Teo! —Lyra se lanzó a abrazarlo.
Él la apretó con fuerza, riendo.
—Te has vuelto hermosa. Cuando me fui eras una cría.
Lyra le dio un manotazo.
—Ni se te ocurra repetir eso delante de nadie.
—Entonces lo pensaré —bromeó, y ella sonrió a pesar de todo.
Héctor, su padre, entró en ese momento. Lo abrazó sin contener la emoción. Hablaron de entrenamientos, batallas simuladas y del frío del norte. Lara sirvió té y dulces, sin dejar de mirar a su hijo como si temiera que desapareciera.
Lyra los escuchaba con la mitad de su atención. La otra mitad giraba en torno a una sola pregunta.
—Teo… ¿y Damon? ¿Vino contigo?
El silencio fue breve, pero suficiente. Teo evitó su mirada, y Héctor hizo un gesto que Lyra entendió al instante.
—Llegará más tarde —respondió Teo—. Tuvo que hacer una parada por asuntos del Consejo.
—Entiendo —dijo ella, intentando sonar tranquila—. Iré a la casa de los Alfas, Elena necesita ayuda.
Su padre intentó detenerla, pero Lyra ya salía por la puerta. No quería que la vieran temblar.
***
La casa de los Alfas se alzaba imponente al norte. La Luna Elena, siempre radiante, se movía dando órdenes.
—Lyra, revisa las copas y enciende las velas azules al final, no antes —le indicó con una sonrisa.
—Sí, Luna.
El mediodía llegó y la plaza se llenó de voces. Los niños se subían para ver mejor, los ancianos ocupaban sus asientos, los guerreros formaban un semicírculo. Lyra sintió que el corazón le retumbaba en el pecho. *Ya viene.*
El primer coche cruzó el arco. Luego el segundo. Finalmente, el tercero: el del Alfa y su familia.
Damon bajó con la elegancia de siempre. Su mirada era más fría, su postura más firme. Lyra apenas podía respirar. *Estaba allí.*
Pero entonces extendió la mano hacia el coche. De la sombra emergió una mujer.
Era hermosa, de rasgos suaves y presencia tranquila. Su mano se entrelazó con la de Damon.
—Ella es Selene, mi pareja destinada —dijo él con orgullo.
El mundo de Lyra se detuvo. No oyó los aplausos ni las risas. Solo el eco de esas palabras repitiéndose en su interior.
—Lo siento, cariño. Yo no lo sabía —susurró su madre a través del enlace mental.
—Estoy bien —mintió Lyra.
Aplaudió, sonrió, fingió serenidad. Damon se acercó y la miró con una mezcla de sorpresa y cautela.
—Lyra —dijo, forzando una sonrisa—. ¿Cómo estás, pequeña?
Lyra bajó la cabeza, mostrando el cuello en señal de respeto.
—Alfa Damon. Bienvenido a casa.
El gesto lo dejó inmóvil por un instante. Selene dio un paso al frente.
—Tú debes ser Lyra —dijo, tendiéndole la mano—. Damon me ha hablado mucho de ti. Espero que podamos ser grandes amigas.
La palabra *amigas* fue un golpe seco. Lyra tomó la mano y la sostuvo lo justo.
—Bienvenida. Te gustará el valle.
La Luna Elena se acercó de inmediato.
—Lyra, guíala al estrado. Después puedes descansar, ¿de acuerdo?
—Claro —respondió Lyra, sin poder mirarla.
Subieron las escaleras. Lyra iba un paso adelante, consciente del peso que llevaba a la espalda: la mirada de Damon, el perfume de Selene, el murmullo de la manada.
El Alfa habló al pueblo con voz solemne. Habló de honor, del Instituto, del futuro. Presentó a Selene como la compañera destinada de su hijo, la próxima Luna.
Cada palabra se le clavaba a Lyra como una espina.
Cuando comenzó la música y la celebración, Lyra se escabulló entre la multitud. Caminó hasta el bosque, hasta el arroyo donde solía esconderse de niña.
Allí sí dejó que las lágrimas cayeran.
—No quiero que me vean, mamá —dijo entre sollozos.
—No tienes que hacerlo frente a nadie —le respondió Lara—. Pero tampoco tienes que hacerlo sola.
Lyra cerró los ojos. *¿Y si nunca fui suficiente? ¿Y si todo lo que creí fue solo un sueño?*
Recordó las promesas de Damon cuando eran niños, su voz diciendo que siempre la protegería. Promesas inocentes, pensó, no destino.
Escuchó pasos detrás de ella.
—Te busqué por toda la plaza —dijo Teo, acercándose—. ¿Puedo quedarme?
Lyra asintió. Él se sentó a su lado.
—No sabía lo de Selene —dijo con rabia contenida—. Se supo hace dos lunas. Lo juraron ante el Consejo.
—No me debe explicaciones —susurró ella—. El destino elige, eso es todo.
—El destino es un animal con hambre —replicó Teo—. A veces muerde donde más duele.
Guardaron silencio. Lyra observó el agua correr. *El mundo no se detiene porque duela,* pensó.
—Voy a estar bien —dijo al fin—. Hoy no. Mañana tampoco. Pero lo estaré.
Teo la abrazó.
—Si alguien se atreve a mirarte con lástima, lo lanzo al arroyo.
Lyra soltó una risa breve.
—No hagas eso en público.
—Lo consideraré —respondió él, sonriendo.
Regresaron a la plaza cuando el sol empezaba a caer. Damon bailaba con Selene bajo el arco de flores. Lyra los observó a lo lejos. No quería huir, pero tampoco seguir sangrando en medio de la gente.
La Luna Elena se acercó con delicadeza.
—Lyra, hiciste un trabajo hermoso. Todo está perfecto. ¿Quieres descansar?
—Estoy bien aquí —dijo ella, sin apartar la vista.
Elena la miró con comprensión.
—A veces el destino llega con barro, no con luz —le dijo—. Pero después de esos golpes, uno se forja de verdad. No estás sola.
Lyra asintió. La música cambió y, por un instante, Damon la buscó con la mirada. Sus ojos se encontraron. Hubo un silencio entre ellos, un eco de lo que pudo ser. Damon pareció querer decir algo, empezó a caminar hacia ella, pero Lyra bajó la vista y se perdió entre la gente, huyendo de esa conversación.
Kamila se puso derecha sobre el asiento del conductor. —No puedo creer que estemos aquí —dijo mientras conducía el Durango entre los pilares de ladrillo hacia el camino de entrada que los llevaba directos a su escapada a la montaña. En la parte trasera del Durango, que había sido entregado desde la Base Anfibia de Little Creek por una compañera de equipo, Terry se quejó, haciéndose eco de su emoción.—Tienes que cambiar a la tracción a las cuatro ruedas —declaró Mike, con una pequeña sonrisa en los labios.—¿Así? —preguntó ella, haciendo lo que le había visto hacer un par de veces el año anterior.—Eso es todo.Nunca había sido tan feliz en su vida. Mike había engañado a la muerte, saliendo de la UCI al día siguiente de su matrimonio. Cuatro meses de rehabilitación cognitiva en Bethesda le habían dejado prácticamente como nuevo. Todavía sufría dolores de cabeza ocasionales. Su espalda estaba marcada por quemaduras y tenía las extremidades salpicadas de cicatrices de metralla. Estaba
Mientras subía los escalones, el recuerdo familiar de la frente de Mike contra su pecho la asaltó casi cada vez que subía los escalones de su casa. Pero esta noche, tal vez debido a la confesión emocional de Michael sobre su anhelo por la muerte de su esposa, le picaron los ojos. Metió la llave en la cerradura y encontró la puerta abierta.Detrás de ella, el motor de Michael rugió y retrocedió. Al entrar, su padre salió de la sala de estar. Al ver su expresión demacrada, sintió que la sangre escapaba de su rostro. —¿Qué ocurre?Él se acercó lentamente y puso sus manos sobre sus hombros. —Es Mike —dijo sombríamente—. Está herido.Las llaves se le cayeron al piso de madera. —¿Cómo de herido? —Su voz era apenas un susurro.—No lo sé. Recibí la noticia hace una hora. Fue alcanzado por un artefacto explosivo casero.—Oh, Dios. —Le vino a la mente una visión de Mike con el aspecto de Anthony Spellman.—Lo están transportando a Lanstuhl, Alemania.Unas manchas oscurecieron su visión. El p
—¡Michael! Kamila sonrió sorprendida al hombre parado en la puerta de su casa.—¿Cómo estás? —Su piel color moka se había oscurecido con el sol de agosto, haciendo que sus ojos gris-verdosos fueran aún más sorprendentes.—Estoy genial. ¿Qué estás haciendo aquí?—Iba a dejar esto en tu buzón cuando escuché tu música.—Sí, estaba haciendo ejercicio. —Hizo un gesto en dirección a su ajustado traje de yoga—. ¿Quieres entrar?—Solo si no te interrumpo —dijo con una rápida mirada.—No, ya he terminado. —Ella dio un paso atrás para dejarlo entrar—. Es verano —añadió encogiéndose de hombros—, así que tengo mucho tiempo libre. —Eso era algo positivo, ya que le había sido imposible concentrarse en el aula, con su corazón y la mente a medio mundo de distancia.—Hola, Terry. —Michael se detuvo en la entrada para saludar al perro, que se le acercó moviendo la cola con entusiasmo.—¿Puedo ofrecerte un trago? ¿Té helado?—Claro.Lo dejó en la sala de estar para traerle un vaso alto de la cocina.—Bo
El Centro Médico del Ejército Walter Reed era un hospital gigantesco, de buen gusto, con amplios y brillantes pasillos y obras de arte modernas. Pero aun así olía como un hospital, recordándole a Kamila las ocasiones en que había acompañado a su madre a sus tratamientos. «Ahora soy más fuerte», se recordó a sí misma.Sin embargo, cuando llamaron a la puerta de Spellman, no pudo sofocar su aprehensión. Miró a Mike, pero no vio miedo, solo firmeza.—Adelante —dijo una voz firme.Mike entró en un apartamento diseñado para pacientes que necesitaban rehabilitación a largo plazo. Le había advertido que Spellman había perdido varios miembros, aunque Kamila no estaba preparada para lo que vio: un joven tan terriblemente mutilado, que su visión era más que espantosa. La reconstrucción y la cirugía plástica le habían dado un rostro, pero no era simétrico.—¡TT! —exclamó con un ceceo que indicaba daño en el paladar—. Mierda, ¿eres tú? —preguntó dejando a un lado el mando de un videojuego.—Sí, s
Kamila intentó animarse. Aquí estaba, disfrutando de una comida a domicilio en su propia casa de Georgetown, con los dos hombres que más amaba en el mundo. Estaba rodeada de comodidades, pero el impactante anuncio de Mike de que regresaba al ejército le había robado su tranquilidad.Hizo a un lado su taza de sopa tom yum y se dirigió a su padre.—¿Cuándo tienes que volver? —La idea de que los dos la dejaran al mismo tiempo amenazaba con hundirla en la desesperación.—No voy a volver —contestó él—. He renunciado a mi mando, cariño.Kamila lo miró con los ojos abiertos como platos. —¿Tú qué?—Trabajaré en el Pentágono, voy a asesorar al Presidente y al Estado Mayor Conjunto. Espero que no te importe si me quedo aquí mientras busco mi propia casa.Ella observó a Mike y vio cómo removía sus tallarines pad thai. —Por supuesto que no. —Al menos no la iban a abandonar del todo—. Espero que no lo hayas hecho solo por mí, papá.—No, no. —Stanley imitó el gesto de Mike—. Le he dado treinta añ
Kamila se aferró al cuello de Mike con tanta fuerza, que habría podido estrangular a un hombre más pequeño. Contempló con asombro la belleza del paisaje. ¿Cómo pudo ocurrir una experiencia tan horrible aquí, en este lugar tan hermoso?Los altos árboles formaban un dosel de todas las sombras de verde; el cielo más allá era de un azul profundo y brillante. Ni siquiera el hedor de la gasolina podía superar la pureza del aire fresco de la montaña o el olor familiar del hombre que amaba. La llevó sin decir palabra dejando atrás a Hebert, que entró en la caravana. Cruzó al otro lado de la carretera y la depositó sobre una roca.—Déjame ver —dijo, inspeccionando el hilo de sangre de su cuello que ya comenzaba a secarse. Después arrancó una tira de la parte inferior de su camiseta.—Ni siquiera lo siento —le tranquilizó ella, sorprendida por el temblor desconocido de sus dedos mientras le tocaba el cuello.Mike estaba obviamente conmocionado, sus ojos vidriosos reflejaban todas las cosas que





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