¿Qué pasaría si un día descubres que eres el blanco de un grupo terrorista y el único hombre que puede ayudarte es un guerrillero? Kamila McClellan enseña idiomas en Washington DC, hasta el día en que se convierte en el blanco terroristas. El FBI interviene, pero cuando parece que solo la están usando como carnada, el general McClellan, padre Kamila, solicita la ayuda del único hombre en el que sabe que puede confiar: el ex SEAL de la Armada Amer Len. En su remota cabaña en las montañas, Amer pensó que había dejado la Guerra atrás. Sin embargo, ahora está atrapado protegiendo a una belleza de ojos azules de agentes federales ambiciosos y yihadistas enloquecidos. Aunque más inquietante es el hecho de que la encantadora Kamila, parece decidida a destruir su aislamiento autoimpuesto. Amer hace todo lo posible para resistir sus formas embriagadoras, pero puede sentir cómo su resistencia se va desmoronando poco a poco. Con el FBI pisándole los talones y los terroristas no muy lejos, Amer voluntariamente libra una guerra de un solo hombre en defensa de la mujer cuya pasión y fe le han dado la fuerza para superar su pasado. Pero, ¿será suficiente para mantenerla a salvo?
Leer más—¿A quién demonios estamos mirando? —preguntó el agente Kurt, mientras él, Michael y Hebert se inclinaban sobre una captura de pantalla del hombre que se había llevado a su cliente.
Incapaces de encontrar el cuerpo de este entre los escombros, se apresuraron a ir al Centro de Comando Móvil para revisar las cintas de vigilancia. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que la cámara tres de la puerta trasera había sido saboteada y no había grabado la salida de Kamila. Solo la cámara cuatro había hecho una captura periférica, pero no habían podido verla, al ser remitidos a las cámaras dos y tres que mostraban al hombre de UPS en su entrada principal.Nadie se sintió más consternado que Michael al observar al sospechoso vecino atraer a Kamila hacia la otra casa.Por supuesto, ya no estaban allí. Una rápida búsqueda en el edificio y varias llamadas telefónicas revelaron que el dentista retirado Hal Houston disfrutaba de unas vacaciones en Florida, y eso significaba que la identidad del hombre que ocupaba su domicilio era completamente desconocida.Lo único que los agentes podían distinguir bajo la visera de su gorra era una nariz recta, labios apretados y una mandíbula firme. Era treintañero, caucásico, físicamente en forma, y no había dejado huellas.De ahí los guantes, pensó Michael, regañándose a sí mismo con más severidad que su propio supervisor.—No parece un terrorista —musitó Hebert, mirando a través de sus gafas, a pesar de que tenía uno de los cristales rotos. El hombre presentaba una fea contusión en el hombro derecho, pero se negó a que la ambulancia lo llevara al hospital.—Porque no lo es —murmuró Michael.Sus dos colegas fruncieron el ceño.—¿Estás elucubrando otra vez, Michael? —le pinchó Kurt.—Con todo respeto, señor, sé de lo que hablo —insistió Michael—. Ya he visto antes a los de su clase.Kurt cruzó los brazos sobre su pecho. —Muy bien, novato —dijo con mesurada paciencia—. Cuéntanos. ¿Quién es él?—Un soldado profesional, señor, enviado por McClellan para recuperar a su hija —afirmó con seguridad.El labio superior de Kurt se curvó, pero no parecía tan incrédulo como Michael pensaba. —¿Qué hay de la explosión? ¿También ha sido cosa de McClellan?—No, señor. Ese fue el trabajo del terrorista, y este tipo estaba esperando detrás cuando estalló la bomba —añadió Michael. Tenía que admitir que era una explicación más que chocante, pero McClellan llevaba días acosando a su oficina de campo respecto a su hija. Había escuchado al director Bloomberg decirle a Kurt que McClellan se estaba convirtiendo en un verdadero grano en el culo. El comandante quería que su hija fuera entregada a sus hombres, mientras que Bloomberg sostenía que Kamila debía permanecer con el FBI. El resultado final era que McClellan se había salido con la suya. Al menos, Michael esperaba que ese fuera el caso.—Supongamos que tu teoría es cierta, novato —dijo Kurt, lo que hizo que Hebert los mirase perplejo a ambos—. Tendríamos que eliminar al hombre de UPS como sospechoso. O se martirizó por Alá, o estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Hebert, ponte en contacto con UPS —ordenó—. Averigua todo lo que puedas sobre el conductor. Queremos el albarán original de la caja y una copia de su cinta de vigilancia.—Sí, señor. —Hebert salió corriendo de la sala de sonido.Cuando la cerradura biométrica de la puerta del MCC se cerró, Kurt se dedicó a transferir la imagen del soldado a su programa de reconocimiento facial. El software tomó medidas y las comparó con decenas de miles de imágenes archivadas. Kurt le dirigió a Michael una mirada indescifrable mientras el ordenador se ponía a trabajar. Por fin, este arrojó seiscientas sesenta y ocho posibles coincidencias para la imagen.—Mierda —murmuró Kurt.Michael escondió su sonrisa y se preguntó si Kurt tenía alguna pista de qué tipo de agente especial habría elegido McClellan para el trabajo. No solo había llegado a tiempo, sino que además había saboteado la cámara tres sin que ninguno de ellos se diera cuenta hasta que fue demasiado tarde.—Señor —dijo Michael, recordando su incredulidad al estallar la bomba—. ¿Cómo encontraron los terroristas la casa segura? Debieron seguirle cuando usted fue a recoger al perro de la chica.—No seas estúpido, Michael. No me han seguido. Filtramos la dirección de la casa segura a la Hermandad.Durante diez segundos, Michael no pudo hablar. —Pero... ¿por qué? —consiguió decir.Kurt lo miró con impaciencia. —Oh, vamos, novato. Ya sabes cómo es el juego: Sin cebo, no hay peces. No debería sorprenderte —agregó—. Tú, mejor que nadie, deberías saber lo que pasaría si no damos ejemplo con estos bastardos. Esta es la Nueva Cara del Terror de la que la CIA nos ha estado advirtiendo: Atacar al ejército de los EE.UU. atacando a sus familias en los Estados Unidos. Somos el FBI, Michael. Es nuestro trabajo ver el panorama completo.—Pero, señor —dijo Michael— ¡Podría haber muerto!—No lo está, ¿verdad?Michael se sentó, aturdido y desilusionado.—Míralo de esta manera —añadió su supervisor en voz baja—. Necesitábamos pruebas. Ahora tenemos un cuerpo, los restos de una bomba y, pronto, un albarán. Vamos a encontrar a estos malditos, Michael. Y vamos a reaccionar de tal manera que esta nueva tendencia de terror desaparecerá para siempre. Ahora, ¿estás conmigo? ¿O no tienes las pelotas para ello?—Estoy contigo. —Michael había aplastado la insurgencia en Irak.Curioso, pero lo que había ocurrido hoy en un lugar que se suponía era un secreto muy bien guardado, tenía el mismo olor y sensación que esa caliente e impredecible zona de guerra.Kamila se puso derecha sobre el asiento del conductor. —No puedo creer que estemos aquí —dijo mientras conducía el Durango entre los pilares de ladrillo hacia el camino de entrada que los llevaba directos a su escapada a la montaña. En la parte trasera del Durango, que había sido entregado desde la Base Anfibia de Little Creek por una compañera de equipo, Terry se quejó, haciéndose eco de su emoción.—Tienes que cambiar a la tracción a las cuatro ruedas —declaró Mike, con una pequeña sonrisa en los labios.—¿Así? —preguntó ella, haciendo lo que le había visto hacer un par de veces el año anterior.—Eso es todo.Nunca había sido tan feliz en su vida. Mike había engañado a la muerte, saliendo de la UCI al día siguiente de su matrimonio. Cuatro meses de rehabilitación cognitiva en Bethesda le habían dejado prácticamente como nuevo. Todavía sufría dolores de cabeza ocasionales. Su espalda estaba marcada por quemaduras y tenía las extremidades salpicadas de cicatrices de metralla. Estaba
Mientras subía los escalones, el recuerdo familiar de la frente de Mike contra su pecho la asaltó casi cada vez que subía los escalones de su casa. Pero esta noche, tal vez debido a la confesión emocional de Michael sobre su anhelo por la muerte de su esposa, le picaron los ojos. Metió la llave en la cerradura y encontró la puerta abierta.Detrás de ella, el motor de Michael rugió y retrocedió. Al entrar, su padre salió de la sala de estar. Al ver su expresión demacrada, sintió que la sangre escapaba de su rostro. —¿Qué ocurre?Él se acercó lentamente y puso sus manos sobre sus hombros. —Es Mike —dijo sombríamente—. Está herido.Las llaves se le cayeron al piso de madera. —¿Cómo de herido? —Su voz era apenas un susurro.—No lo sé. Recibí la noticia hace una hora. Fue alcanzado por un artefacto explosivo casero.—Oh, Dios. —Le vino a la mente una visión de Mike con el aspecto de Anthony Spellman.—Lo están transportando a Lanstuhl, Alemania.Unas manchas oscurecieron su visión. El p
—¡Michael! Kamila sonrió sorprendida al hombre parado en la puerta de su casa.—¿Cómo estás? —Su piel color moka se había oscurecido con el sol de agosto, haciendo que sus ojos gris-verdosos fueran aún más sorprendentes.—Estoy genial. ¿Qué estás haciendo aquí?—Iba a dejar esto en tu buzón cuando escuché tu música.—Sí, estaba haciendo ejercicio. —Hizo un gesto en dirección a su ajustado traje de yoga—. ¿Quieres entrar?—Solo si no te interrumpo —dijo con una rápida mirada.—No, ya he terminado. —Ella dio un paso atrás para dejarlo entrar—. Es verano —añadió encogiéndose de hombros—, así que tengo mucho tiempo libre. —Eso era algo positivo, ya que le había sido imposible concentrarse en el aula, con su corazón y la mente a medio mundo de distancia.—Hola, Terry. —Michael se detuvo en la entrada para saludar al perro, que se le acercó moviendo la cola con entusiasmo.—¿Puedo ofrecerte un trago? ¿Té helado?—Claro.Lo dejó en la sala de estar para traerle un vaso alto de la cocina.—Bo
El Centro Médico del Ejército Walter Reed era un hospital gigantesco, de buen gusto, con amplios y brillantes pasillos y obras de arte modernas. Pero aun así olía como un hospital, recordándole a Kamila las ocasiones en que había acompañado a su madre a sus tratamientos. «Ahora soy más fuerte», se recordó a sí misma.Sin embargo, cuando llamaron a la puerta de Spellman, no pudo sofocar su aprehensión. Miró a Mike, pero no vio miedo, solo firmeza.—Adelante —dijo una voz firme.Mike entró en un apartamento diseñado para pacientes que necesitaban rehabilitación a largo plazo. Le había advertido que Spellman había perdido varios miembros, aunque Kamila no estaba preparada para lo que vio: un joven tan terriblemente mutilado, que su visión era más que espantosa. La reconstrucción y la cirugía plástica le habían dado un rostro, pero no era simétrico.—¡TT! —exclamó con un ceceo que indicaba daño en el paladar—. Mierda, ¿eres tú? —preguntó dejando a un lado el mando de un videojuego.—Sí, s
Kamila intentó animarse. Aquí estaba, disfrutando de una comida a domicilio en su propia casa de Georgetown, con los dos hombres que más amaba en el mundo. Estaba rodeada de comodidades, pero el impactante anuncio de Mike de que regresaba al ejército le había robado su tranquilidad.Hizo a un lado su taza de sopa tom yum y se dirigió a su padre.—¿Cuándo tienes que volver? —La idea de que los dos la dejaran al mismo tiempo amenazaba con hundirla en la desesperación.—No voy a volver —contestó él—. He renunciado a mi mando, cariño.Kamila lo miró con los ojos abiertos como platos. —¿Tú qué?—Trabajaré en el Pentágono, voy a asesorar al Presidente y al Estado Mayor Conjunto. Espero que no te importe si me quedo aquí mientras busco mi propia casa.Ella observó a Mike y vio cómo removía sus tallarines pad thai. —Por supuesto que no. —Al menos no la iban a abandonar del todo—. Espero que no lo hayas hecho solo por mí, papá.—No, no. —Stanley imitó el gesto de Mike—. Le he dado treinta añ
Kamila se aferró al cuello de Mike con tanta fuerza, que habría podido estrangular a un hombre más pequeño. Contempló con asombro la belleza del paisaje. ¿Cómo pudo ocurrir una experiencia tan horrible aquí, en este lugar tan hermoso?Los altos árboles formaban un dosel de todas las sombras de verde; el cielo más allá era de un azul profundo y brillante. Ni siquiera el hedor de la gasolina podía superar la pureza del aire fresco de la montaña o el olor familiar del hombre que amaba. La llevó sin decir palabra dejando atrás a Hebert, que entró en la caravana. Cruzó al otro lado de la carretera y la depositó sobre una roca.—Déjame ver —dijo, inspeccionando el hilo de sangre de su cuello que ya comenzaba a secarse. Después arrancó una tira de la parte inferior de su camiseta.—Ni siquiera lo siento —le tranquilizó ella, sorprendida por el temblor desconocido de sus dedos mientras le tocaba el cuello.Mike estaba obviamente conmocionado, sus ojos vidriosos reflejaban todas las cosas que
Último capítulo