Entre tumbas y celos

El amanecer había llegado y comenzaba a teñir de naranja y rosa pálido los campos húmedos cuando Dionisio bajó al patio principal, vestido con unos jeans oscuros, camisa blanca y un abrigo de mezclilla ligero. Lancelot lo esperaba junto al Jeep, apoyado con los brazos cruzados sobre su pecho ancho. Llevaba un suéter negro ajustado que delineaba sus músculos como si hubiera sido tejido para él, unos jeans vakeros, unas botas en piel y su sombrero que lo hacía ver como un dios.

—Buenos días, patrón. —Su voz grave rompió el silencio de la mañana.

—Buenos días… —respondió Dionisio apenas, con un ramo de lirios blancos en la mano que había cortado con las manos del frente de la hacienda. Sus ojos estaban hinchados por la falta de sueño—¿Dónde está Beto?

—Mi padre me endonó está tarea, tuvo que salir de imprevisto.

—Vamos entonces, tiene cara de llover.

El camino al pequeño cementerio familiar era silencioso. La tierra estaba mojada por la lluvia de la noche anterior y el sol apenas asomaba entre las nubes grises y frías. Al llegar, Lancelot se estacionó y bajó primero, rodeando el Jeep para abrirle la puerta a Dionisio, como si fuera su guardaespaldas personal.

Caminaron entre las lápidas de piedra blanca hasta llegar a las dos más nuevas. Sobre ellas, coronas con flores moradas y blancas descansaban en silencio sobre las lápidas. Dionisio, siente como el aire se le escapa, se arrodilló frente a las tumbas, dejando que el barro ensuciara sus jeans sin importarle. Las lágrimas se resbalaban por sus mejillas.

—Lo siento… —murmuró con voz rota, colocando los lirios sobre el mármol frío—. Perdón por no venir antes… perdón por no estar aquí… por creer que siempre los tendría…

Sus hombros temblaban. Lancelot se colocó detrás de él también de rodillas, en silencio, con las manos cruzadas frente a su cinturón. Miraba la nuca de Dionisio, su cabello castaño ligeramente revuelto, los temblores que sacudían su espalda definida. Algo en su pecho se presiona con fuerza. Dionisio no pareció darse cuenta de su cercanía.

Dionisio lloraba en silencio, con el rostro gacho y los dedos apretados sobre las flores. El viento movía su pelo ligero, y una brisa helada le erizó la piel. Fue cuando se percató de un calor detrás de él cuando Lancelot permanencia de rodillas a su lado, fue cuando le colocó una mano grande y áspera sobre el hombro. Y un sollozo por parte de Lancelot.

—Los vamos a extrañar. Hicieron lo mejor por ti, Dionisio… y tú siempre los hiciste sentir orgullosos. Siempre me dijeron que cuidara de ti. Y es lo que pienso hacer. Siempre cuidaré de ti—La voz de Lancelot era suave, casi un susurro.

Dionisio giró el rostro con lágrimas rodándole por las mejillas. Su mirada se encontró con esos ojos azules cristalinos y llorosos, llenos de compasión y calidez. Sintió que algo explotaba en su pecho. Sin pensar, sin razonarlo, solo dejándose llevar por el impulso del dolor, la soledad y el deseo reprimido, se inclinó hacia él y lo besó.

Fue un roce corto, suave, apenas un toque de labios sobre labios. Pero bastó para que un calor eléctrico recorriera la espalda de ambos.

Lancelot abrió los ojos, sorprendido, pero no se apartó. Solo lo miró, quieto, como si hubiera recibido una orden que debía obedecer sin cuestionarla. Siempre hacía lo que su patrón le pedía. Siempre.

Dionisio parpadeó, percatándose de lo que acababa de hacer. Se incorporó de golpe, retrocediendo con el rostro completamente encendido de vergüenza.

"¿Que demonios acabo de hacer?"—piensa con miedo y vergüenza.

—Lo siento… —murmuró, con la voz temblorosa—. Perdón, Lancelot… no sé… no sé por qué lo hice. Yoyó...

Lancelot se puso de pie con calma, sacudiendo el barro de sus rodillas. Tenía la expresión serena, como si nada hubiera pasado. Solo sus ojos azules brillaban con un leve desconcierto.

—No se preocupe, patrón… —dijo con suavidad—. Fue… confusión en solitario. O un accidente. No pasa nada. Cada quien llora a su muerto como quiere... perdón no debe decir eso. Nadie me manda a acercarme tanto.

Se quedaron en silencio unos segundos, escuchando el cantar lejano de un gallo y el mugido de vacas en la llanura. Lancelot carraspeó y desvió la mirada.

—Lamento ponerte en aprietos. Será mejor que regresemos. Tiene cara de llover.

En ese momento, el sonido de los cascos sobre la tierra húmeda interrumpió la tensión. Una mujer joven, de figura esbelta y elegante, apareció montada sobre un caballo de pelaje canela. Llevaba pantalones de montar beige ajustados, botas negras hasta las rodillas y una blusa rosa con chaleco de cuero marrón. Su cabello castaño claro estaba trenzado y caía sobre su hombro derecho, con flequillos alborotados por la cabalgata.

—¡Lancelot, amor! —llamó con una voz dulce y enérgica mientras detenía el caballo frente a ellos.

Lancelot levantó la vista, borrando cualquier rastro de confusión. Sonrió con calidez, mientras se limpiaba los ojos.

—Teresa… bebé ¿qué haces aquí tan temprano?

El corazón de Dionisio dió un vuelco. Quedó petrificado.

La joven se desmontó con agilidad y se acercó a Lancelot mientras se quitaba el sombrero de vaquera. Sin pensarlo, se puso en puntillas a pesar de llevar unas botas altas, le rodeó el cuello con los brazos y lo besó en los labios. Fue un beso posesivo, seguro, con lengua, marcado por la confianza de quien se sabe que es dueña de algo...o alguien.

Dionisio sintió un nudo apretarle la garganta. Apartó la mirada y fingio revisar las flores sobre las tumbas, aunque su pecho dolía como si alguien le clavara un cuchillo lentamente.

—Estaba probando el nuevo caballo de raza que mi padre compró —dijo ella, sonriendo coqueta mientras miraba de reojo a Dionisio, no se veía nada mal para su gusto se fijó en su reloj de pulsera, debe ser una persona adinerada—. ¿Hola, qué tal?—le dice a Dionisio.

—Hola...señorita.

—Es mi patrón.

—Ohh...lamento su perdida.

—Gracias.

—Vine a buscarte antes de volver a casa. Nunca te encuentro en tu casa—vuelve su mirada a Lancelot—Te he pedido un millón de veces que me avises cuando sales.

—Lo lamento. No volverá a pasar.

—Eso no pasaría si dejaras este trabajo y te vinieras conmigo a nuestra hacienda, Lancelot. No entiendo qué haces aquí aún…

—Aquí es donde creci y trabajo, mi patrón me necesita, Teresa…—le murmura— Ya lo hablamos. Ya te dije que te haré saber si salgo —respondió él con una sonrisa tranquila, acariciándole la mejilla suavemente.

Ella suspir con fastidio, mirando a Dionisio de reojo antes de volver a enfocarse en su novio.

—Te espero esta noche para cenar. No me cae. Saluda a tus padres de mi parte.

Le dio un beso más rápido y montó de nuevo con elegancia antes de alejarse al trote.

—Adiós, joven CEO.

—Adiós—respondió seco Dionisio.

Cuando desapareció entre los árboles, Lancelot se giró hacia Dionisio. Sus ojos azules tenían un brillo extraño, como si quisiera decir algo… pero no lo hizo. Solo inclinó la cabeza y caminó hacia el Jeep.

Dionisio se quedó quieto unos segundos más, mirando las tumbas de sus padres. Tratando de recomponerse, porque sentía que iba a llorar de nuevo. El viento frío le azotaba el rostro, pero el calor que sentía no era por la temperatura.

Era por la realidad aplastante: el niño que siempre amó… ahora era un hombre comprometido con alguien más. Y ese alguien era una chica hermosa y rica.

Y él… seguía siendo el dueño de todo, excepto del único potro que quería domar.

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