Teresa llegó al mediodía, conduciendo su camioneta roja, levantando polvo sobre el camino de gravilla. Llevaba un vestido ajustado floreado y sandalias de tiras. Su cabello castaño brillaba bajo el sol de Oklahoma, perfectamente peinado. Había ido a la casa principal pero allí le habían dicho que Lancelot estaba en los establos.
Cuando entró al corral, buscó con la mirada a Lancelot. Lo encontré junto al establecimiento número cuatro, hablando con Dionisio. A la distancia, observó con el ceño fruncido cómo su novio reía suavemente ante algo que Dionisio decía. Lancelot estaba inclinado hacia él, sus brazos llenos de músculos tensos mientras arreglaba la montura del caballo negro llamado avalancha.
Dionisio le acariciaba la nuca suavemente, quitándole una pajita de heno que se le había pegado al cabello rubio y húmedo. Teresa parpadeó varias veces, sintiendo un frío recorrerle la espalda.
“¿Desde cuándo su patrón se toma esas confianzas…? ¿Y Lancelot… desde cuándo le permite que lo toq