El capitán Miller salió del hospital como un volcán en erupción, incapaz de contener la indignación que lo consumía por dentro al descubrir lo que su padre había permitido. Ordenó a Ismael que lo llevara en un helicóptero, pues la furia que sentía no admitía retrasos ni evasivas. Apenas descendió, su paso firme y decidido daba señales de que nada lo iba a frenar. Al entrar, enfrentó a su padre con una rabia desbordada, ignorando las miradas de su madre y su hermano, quienes intentaban descifrar lo que estaba ocurriendo.
—¡¿Cómo pudiste ser tan cruel con mi pobre hijo?! —vociferó Miller, incapaz de contenerse.El general Miller lo miró fijamente, sin comprender qué era lo que le estaba reclamando su hijo, y preguntó con frialdad: —¿Hijo? ¿De qué hablas, Lorenzo? &mdash