Camelia abrió los ojos en la penumbra del camarote, donde la ventanilla permanecía cerrada. Le parecía que había dormido una eternidad, aunque el tiempo había perdido todo significado. Las lágrimas brotaron de sus ojos, incontenibles, empapando la almohada que abrazaba como único consuelo. Su cuerpo dolía, pero era su alma la que estaba destrozada.
Se acurrucó más en la cama, preguntándose por qué el destino se ensañaba con ella. Su vida había sido una sucesión interminable de traiciones y dolor: robada de sus verdaderos padres antes de nacer, criada en el vientre de una ladrona que la maltrató sin piedad durante años. Las humillaciones constantes de Marilyn, quien se hacía llamar su hermana, resonaban aún en su memoria. La misma Marilyn que había conspirado con Leandro para destruirla de la peor manera posible. La ironía