Dejaron atrás los pórticos de Thalen al anochecer. Al amanecer siguiente tomaron rumbo sureste. La sal crujía bajo las botas. Auren latía tibia en el cinto de Adelia y corregía el rumbo cuando el terreno engañaba. Kal marcó distancias cortas. Los alados hicieron vuelos bajos. Los druidas avanzaron atentos a las vetas. La camilla de Ethan iba entre dos lobos y un mago.
A media mañana apareció una falla. Era un corredor hundido que respiraba hacia adentro. Bajaron por paredes de sal bruñida y cuarzo lechoso. El aire dejó de cortar y empezó a pesar. Taren tocó la roca.
—Respira desde abajo.
—Agua —dijo Adelia.
El corredor terminó en una bóveda baja. En el centro había un pozo redondo y oscuro, con el borde pulido por manos antiguas. Seraine había sido clara: sumergirse por completo para recuperar energía. Sin contar. Sin llamar. Confiar.
—Perímetro —ordenó Kal—. Estacas en la orilla. Silencio.
Adelia se quitó capa y botas. Comprobó a Ethan. Auren quedó pegada a la piel. Se sentó en el bo