Los cielos sobre el continente occidental eran distintos. No tan oscuros como en el este donde el Vacío tejía su red de sombras, pero sí más impredecibles. El viento cambiaba de dirección sin aviso, los rayos caían sin tormenta visible y las nubes formaban símbolos que solo los sabios antiguos se atreverían a interpretar.
Ysera volaba entre esos cielos.
Su forma dracónica, majestuosa y roja como una puesta de sol en guerra, surcaba el aire seguida por una formación ordenada de criaturas aladas, vampiros montados en bestias draconicas, y centinelas del aire envueltos en corrientes mágicas. Treinta guerreros, leales a la causa de Adelia, volaban con ella hacia el corazón del mundo oculto: la Cámara del Consejo de los Cuatro Vientos.
Un lugar que no aparecía en ningún mapa y que solo podía hallarse si eras llamado.
—Estamos cerca —dijo uno de los centinelas, cuya visión mágica captaba el entretejido de corrientes de energía frente a ellos—. El velo se agrieta. El consejo sabe que venimos