El viento azotaba los árboles con furia inusual. La niebla se arremolinaba en el sendero como si intentara cerrar el paso, y el cielo, cubierto por densas nubes de un gris enfermizo, parecía advertir que algo estaba por suceder.
El grupo se movía con cautela, los pies hundiéndose en un terreno cada vez más cenagoso. Habían avanzado todo lo posible, siguiendo el rumbo señalado por la piedra guía y las marcas que el viejo druida les había dejado. A lo lejos, podían vislumbrar una formación rocosa en forma de corona invertida: la entrada al Cañón del Olvido, donde se creía que se escondía el tercer fragmento del tercer sello.
Adelia sintió un escalofrío, pero no era de frío. Era esa misma presión en el pecho que experimentaba cada vez que se acercaban a un fragmento. Su vínculo con la magia ancestral y los sellos era ahora tan profundo que su cuerpo reaccionaba antes que su mente. Ethan, caminando junto a ella, lo notó de inmediato.
—¿Estás sintiendo algo? —preguntó en voz baja.
—Sí… est