La mañana emergió envuelta en un silencio sobrenatural.
No era la calma de la naturaleza. Era la ausencia de vida.
El canto de las aves, el susurro de las hojas, incluso el murmullo del viento habían desaparecido. Adelia se incorporó de golpe, con la piedra guía palpitando como si tuviera su propio pulso. A su lado, Ethan también despertó con el ceño fruncido.
—¿Lo sientes? —preguntó ella en voz baja.
—Sí —respondió él, tomando su espada—. No es natural.
Kal ya estaba en pie, espada al cinto y ojos clavados en el horizonte brumoso. Vaelya murmuraba una oración de protección, y los centinelas formaban un perímetro de defensa sin que nadie necesitara dar la orden. El grupo había aprendido a leer el lenguaje del mundo… y el mundo estaba conteniendo el aliento.
De pronto, un crujido violento surgió de la tierra misma.
Como si el suelo se quebrara desde dentro, una red de grietas se extendió por el claro. La vegetación se marchitó en segundos, ennegrecida por una energía corrupta. Las flor