Esa noche durmieron ligeros. Algunos oyeron risas lejanas, otros sintieron manos invisibles acariciar sus rostros mientras dormían. Pero la piedra mantenía alejadas las verdaderas amenazas. Al amanecer, continuaron la marcha.
El tercer día fue más arduo. El terreno se volvió fangoso, las raíces sobresalían como trampas, y la humedad lo impregnaba todo. Vieron ruinas cubiertas de musgo, templos derrumbados de una era anterior a los reinos conocidos. Las runas en sus muros brillaban levemente cuando Adelia pasaba cerca, como si reconocieran su sangre.
—Este sitio te llama —murmuró Ethan mientras ella examinaba una columna partida.
—Como si recordara algo. O como si yo fuera parte de su recuerdo —respondió ella.
Kal mandó detenerse para tomar agua junto a un estanque cristalino. Allí, algunos aprovecharon para lavar sus ropas y recargar energías. Fue entonces que un grupo de pequeños seres, parecidos a duendes con alas de hojas, se asomaron entre las ramas. No hablaban, pero reían y les