Diego no desapareció.
Eso fue lo primero que Adrian comprendió al día siguiente, cuando recibió el informe matutino con una precisión quirúrgica que no pedía, pero que siempre llegaba.
Diego Ramírez.
Socio estratégico.
Contacto recurrente con Valeria.
Interés personal confirmado.
Adrian cerró el archivo sin leer el resto.
Había cruzado una línea la noche anterior. Lo sabía. No por haber ido a buscarla —eso lo había hecho antes— sino por haberlo hecho en público, frente a alguien que no le temía.
Y lo peor era que Diego no había retrocedido.
Valeria, en cambio, sí.
Desde la escena del bar, había levantado un muro. Respondía lo justo. Evitaba mirarlo a los ojos. Cumplía con su trabajo, pero su silencio era una acusación constante.
El apartamento seguía siendo el mismo. Elegante. Frío. Prestado.
Y ella seguía allí… pero cada vez más lejos.
---
Diego volvió a buscarla dos días después.
No insistió. No presionó. Le escribió un solo mensaje.
> “No te escribo para sacarte de nada. Solo para