Una Verdad Que Duele.
CAPÍTULO CUARENTA Y TRES: UNA VERDAD QUE DUELE.
Matthew Vaughn.
El viaje en la limusina es una tortura de deseo reprimido. La adrenalina desatada por Kendra se mezcla con el ardor provocado por el baile y el beso en el coche. Me detengo solo porque la voz temblorosa de Alice me pide entrar.
—Maldición —mascullo, ajustándome la pajarita y el pantalón que me queda repentinamente ajustado.
La tomo de la mano y salimos. Su rostro está encendido, sus labios hinchados. Mía. Esa palabra resuena en mi cabeza con una posesividad que odio.
Pasamos frente a la recepción; los empleados nos miran curiosos. Nuestras pertenencias ya están en la suite.
Subimos al refugio de la boda, un espacio inmenso y lujoso que será nuestro por esta noche.
—No vamos a descansar, Cielo —le advierto al oído, y su respiración se descontrola.
Apenas se cierra la puerta, la empujo contra ella. La atraigo con brusquedad, silenciando cualquier protesta con un beso que ya no es por frustración, sino por pura necesidad car