La oficina de Andrés estaba en absoluto silencio. Solo el tic tac del reloj marcando los segundos y el pequeño ruido llenaba el ambiente. Mariana empujó lentamente la puerta, sosteniendo una carpeta entre sus brazos. Sus pasos eran sigilosos, como si tuviera miedo de romper con su presencia la tranquilidad y la paz que reinaba en el lugar. Caminó con cuidado sobre el piso de mármol pulido y se acercó al escritorio de Andrés.
Con movimientos suaves, dejó la carpeta sobre el mueble de madera oscura.
—Jefe —susurró con la voz temblorosa—, no encuentro mi celular... creo que lo olvidé en algún lado. ¿Por casualidad lo has visto?
Andrés levantó la vista desde unos papeles que revisaba y con gesto seco señaló la esquina del escritorio. Ahí estaba, su celular, justo donde ella no lo había visto antes. Mariana se apresuró a tomarlo.
—Gracias —murmuró mientras lo sujetaba con manos temblorosas.
—¿No lo reviso o sí? —preguntó con la voz entrecortada, con una mezcla de nerviosismo y temor que le