¡Maldita sea! —susurró Andrés, saliendo de la habitación con el corazón golpeando fuerte en el pecho. No era rabia, era desesperación. Una mezcla venenosa de frustración, confusión y dolor.
Se pasó las manos por el rostro, intentando encontrar algo de calma, pero solo encontró un nudo en la garganta que se negaba a deshacerse y abandonarlo.
Al entrar al comedor, ahí estaban Nicolás, Zoe y Alessia, desayunando como si nada pasara, como si la vida no estuviera hecha pedazos en el interior de él. Todos reían, compartían miradas cómplices, disfrutaban de la mañana. A él le pareció una burla ridícula del destino o de la vida.
—Buenos días —dijo, arrastrando la voz mientras se sentaba, forzando una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—¡Papi! Buenos días —respondió Nicolás con una sonrisa brillante, terminando su jugo de naranja. Se levantó enseguida para ir a cepillarse los dientes.
Andrés lo siguió con la mirada, sintiendo una punzada en el pecho. Nicolás era su hijo, su vida. Pero ni si