Kael dio un suspiro mientras acomodaba a Astrea a un lado de la cama como si fuera su tesoro más preciado, al estar conforme miró por la ventana y sonrió al ver el cielo en su tonalidad rosada, indicando que muy pronto amanecería. La toalla húmeda que tenía en sus manos olía a ella, negó con la cabeza. Durante la noche la había tomado tres veces y todavía estaba duro como una piedra.
La primera vez se asustó porque quedó laxa como una muñeca de trapo en sus brazos, y cuando salió de su cuerpo a regañadientes comprobó que todo lo que su supuesto amigo le había dicho sobre ella era mentira. La miró de nuevo, y casi permitió que su lobo le cayera a patadas. ¿Cómo pudo creer en cada cosa que con la que Wayne fanfarroneaba?
Sacudió la cabeza porque cada una de sus palabras asaltaron su memoria.
—¿Por qué tardaste tanto Wayne? —Kael le había preguntado molesto en el auto— Llevo mucho rato esperándote.
—Lo siento, hermano —le dio una palmada en el hombro y a modo de disculpas añadió: —Per