El silencio de Lucian era como un muro impenetrable. Cinco días habían pasado desde aquella noche en que Eva había visto su verdadera naturaleza, y desde entonces, él se había desvanecido como niebla entre sus dedos. Ella lo buscó en la mansión, en los jardines, incluso en aquel sótano donde guardaba sus secretos más oscuros, pero solo encontraba habitaciones vacías y ecos de pasos que se alejaban justo antes de que ella pudiera alcanzarlos.
Eva se detuvo frente a la ventana de su habitación, observando cómo la lluvia golpeaba el cristal con furia. El cielo parecía compartir su frustración, desatando una tormenta que llevaba horas azotando la propiedad. Sus dedos rozaron inconscientemente sus labios, recordando el segundo beso que habían compartido. Aquel beso que había despertado algo en ella, algo que ahora palpitaba bajo su piel como una presencia ajena y familiar al mismo tiempo.
—No puedes esconderte para siempre —murmuró, apoyando la frente contra el frío cristal.
La biblioteca