Capítulo 4

Me encontraba sentada a un lado de mi padre mientras sostenía su mano que se encontraba helada y suave. De repente mueve los párpados y lentamente abre los ojos. Me acerqué con el corazón aliviado.

—Padre, papá, gracias a Dios estas despertando. — Le sonreí con emoción.

—Mi flor mas bellas…— balbuceó con dificultad.

El médico entró rápidamente y comenzó a examinarlo mientras yo me mantenía de pie a su lado, conteniendo las lágrimas.

—¿Se siente mejor, señor Hamilton? —preguntó el doctor.

—Sí… sí me siento mejor, doctor —contestó mi padre con dificultad.

—Debe mantenerse tranquilo, señor. La operación fue larga y delicada. Necesita mucho reposo.

—Está bien —susurró mi padre con dificultad.

—Me alegra tanto verte mejor, papito… —mi voz se quebró—. Estuve muy triste, pensé lo peor.

—Ya no te preocupes mi niña. Se que te asuste. Pero todo estará bien. Solo necesito recuperarme.

—Si padre… gracias a Dios. Perdóname por no obedecerte.

—Tranquila mi muñequita — me tranquilizo mientras sostenía mis manos.

Lo abracé con fuerzas, sintiendo un nudo en el pecho. Verlo de esta manera me partía el alma. Lo único que deseo es que se recuperara pronto y se fuera a casa con nosotros, para que sea el hombre fuerte de nuestra pequeña familia.

Salí de la habitación de cuidados intensivos con el corazón encogido. Vi a mi hermana hablar por el móvil

—Isabella, necesitas ir a la empresa, hay una reunión importante — mencionó mi hermana mirándome con seriedad. La mire sin entender.

—¿Yo?— le pregunto sobre saltada. A lo que ella asintió —Yo no entiendo de esas cosas.. Anabella, tu eres la sabelotodo. ¿Dime en que te podré ayudar?

—Lo siento.. pero es necesario que te pongas las pilas Isabella. Estas viendo la situación de padre. ¡Si no hacemos algo, perderemos lo poco qje nos queda!

—¿Pero qué voy a hacer? Yo no sé negociar, Anabella.

—No lo sé, ve y enfrenta a los colaboradores, a los accionistas. Diles que la joyería no cerrará, que nuestro padre no es ningún ladrón, que alguien más metió las manos ahí, y sobre todo al parecer lo quieren muerto, por que lo están persiguiendo. Necesitamos hacer algo o perderemos todo.

—¿A qué te refieres que lo está persiguiendo para verlo muerto? — Pregunté con miedo

—Ya te lo había explicado. Pero no capataz.

Eso era verdad pero no me había mencionado que querían matar a mi padre…

—¿Ya sabes quienes son, esos rusos?

—No lo sé aún. Solo sé que necesitamos alguien que nos dé una mano para levantar esto y sobre todo protección.

—¿Qué podemos hacer? —pregunté, con el miedo asfixiándome.

—No tengo idea. Pero apúrate, Isabella. ¡Deja de lado tus lujos! O perderás hasta la mansión donde has vivido toda tu vida. ¿O quieres terminar trabajando como secretaria?

Me quedé en silencio, tragando saliva.

—Esta bien… ya voy. ¿Pero… me veo bien con esta ropa?

—No, es informal. ¡Ve a la mansión y cámbiate! No puedes ir, de esa manera.

Asentí saliendo del hospital y con los nervios de punta.

♧♧♧

Maneje a toda velocidad, hasta llegar a la mansión. En media hora ya estaba vestida con ropa elegante y formal. La ama de llaves, me ayudaba mientras luchaba contra algún ataque de nervios

—Ay, Dios mío me voy a volver loca. Jamás en mi vida he hecho esto. ¿Puedes creerlo? —le dije mientras revolvía el armario.

—Lo sé, mi niña. Pero no hay de otra —respondió con dulzura.

Mientras me vestía, no podía dejar de pensar en cómo no habían atrapado aún al supuesto atacante de mi padre. ¿Cómo es posible? ¿Cómo alguien pudo atreverse a hacerle esto? Todo estaba envuelto en un halo de misterio que me aterraba.

Me coloqué un vestido elegante, entallado, con una faja dorada que resaltaba mi figura. Elegí un bolso cuadriculado, unos tacones altos y dejé mi cabello suelto. Añadí algunas joyas lujosas y un reloj de diseño. Al mirarme en el espejo, sentí náuseas. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? ¿Cómo es posible que estemos a punto de perderlo todo?

Tomé un vaso de agua y suspiré soltando el aire estancando en mi pecho. Tenía que ser fuerte. Por mi padre. Por mi pequeña familia.

***

Cuando llegue a la empresa, estacioné  mi a coche, frente al gran edificio de la empresa. Caminé decidida hacia la entrada principal, pero fui detenida por los guardias de seguridad.

—¿Usted quién es? —preguntó uno de ellos.

—Soy Isabella Hamilton, hija del dueño de todo esto —dije con voz firme—. Por ahora, esto aún nos pertenece, asi que puede moverse.

—Señorita, lo lamento, la empresa está bajo custodia…no puede entrar.

—¡Déjenla entrar! —escuché una voz grave detrás de mí. 

Me giré sorprendida. Era el señor David. Levanté las cejas, desconfiada.

—Vamos, yo la acompaño —me dijo sonriendo.

Avanzamos por los pasillos. Todos los empleados bajaban la cabeza en señal de saludo al verlo. Su presencia imponía respeto… y temor.

—Y usted ¿qué tiene que ver con todo esto? —pregunté mientras seguíamos caminando. La verdad todo esto me desconcertaba tanto que ya no sabia en quién confiar.

—Soy uno de los socios mayoritarios de su padre. Por ahora, la empresa está en mis manos por esa razón la dejo entrar.

—¿Cómo? ¿Cómo es eso posible? No estoy entendiendo absolutamente nada.

—Por el momento, usted y yo no podemos discutir eso. Tiene una reunión importante que atender. Luego hablaremos de lo que quiera.

Me hervía la sangre de la rabia y la impotencia, pero no podía detenerme ahora. Entré al salón de conferencias con pasos firmes. Todos los accionistas se levantaron al verme, aunque los murmullos no tardaron en surgir.

Me aclaré la garganta.

—Muy buenas tardes. Mi nombre es Isabella Hamilton, hija menor del señor Wayne Hamilton. Estoy aquí representando a mi padre, quien acaba de salir de una delicada cirugía y requiere de mucho reposo. Vengo a dejar algo claro: mi padre no tuvo nada que ver con las malversaciones que han puesto en peligro esta empresa. Se encontrará al verdadero culpable, y se les regresará cada centavo a los accionistas.

Mi voz se quebraba a ratos, pero me mantuve firme, a pesar de las lágrimas contenidas.

—¿Está segura de lo que está diciendo, señorita? —preguntó uno de los accionistas—. Nosotros no podemos perder ese dinero mientras el asunto no se aclare. Si esto sigue así, la empresa irá a la bancarrota.

—¡No pasará eso! —interrumpió el señor David, firme—. Yo mismo cubriré las pérdidas. Ninguno de ustedes perderá nada. Esta empresa seguirá funcionando tal como siempre.

—Esperemos que cumpla su palabra, señor David —le replicaron algunos.

—La cumpliré. Sin dudas.

La reunión terminó. Cuando todos se fueron, tomé aire aliviada, pero apenas salía por la puerta, David me detuvo sujetándome el brazo.

—Quiero hablar con usted.

—¿De qué quiere hablar?

—Es algo que le convendrá a usted y a su familia. Siéntese.

Nos sentamos en uno de los lujosos sillones de la sala privada. David deslizó unos papeles sobre la mesa.

—¿Qué es esto? —pregunté.

—Este es el detalle de todo el dinero perdido. Yo pagaré cada centavo. Así su familia no perderá la joyería, ni las galerías, ni la mansión.

Mis ojos recorrieron los documentos. Era una suma exorbitante.

—Pero… ¿por qué haría usted algo así? —pregunté desconfiada.

David sonrió de forma siniestra y me mostró un nuevo documento.

—Nada es gratis, querida. Todo tiene un precio.

Al leer el nuevo contrato, me quedé helada. Me pedía matrimonio.

—¿Qué… qué es esto? ¡No puede ser!

—Así es. Si se casa conmigo, su padre y usted conservarán todo. Yo elevaré las ganancias, limpiaré el nombre de su padre, y serán aún más ricos de lo que han sido jamás.

Me quedé con los ojos abiertos, el corazón palpitando desbocado. Sentí cómo la habitación comenzaba a dar vueltas a mi alrededor. Estaba atrapada.

¿Qué debía hacer? ¿Vender mi libertad para salvar el legado de mi familia? Será justo hacer eso.

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