Isabella
—Esto es estúpido. usted quiere comprarme como un maldito obejor. — Espeté con molestia en mi voz . El señor David apenas sonrió con aire de superioridad. Sin dejar de verme
Ahora, que demonios le sucede ¿qué le sucede? ¿Por qué me mira de esa manera?
—No lo diga de esa manera tan brutal —explicó, dando un par de pasos hacia mí, acortando la distancia de forma calculada, mientras esa maldita sonrisa arrogante permanecía intacta en su rostro.
—Se está burlando de mí —le reproché, y sentí cómo el calor subía por mis mejillas, entre la ira y el fastidio.
Él negó lentamente con la cabeza, como si estuviera por encima de todo aquello. Sus manos intentaron tomar las mías, pero yo, casi por instinto, di un paso atrás, alejándome rápidamente de su alcance.
—Piénsalo —prosiguió con voz suave, como si hablara con una niña caprichosa—. Te daré tiempo. Por el momento, calmaremos las aguas. Le pagaré a los afectados.
Negué rotundamente, apretando los labios. Eso solo me enfurecía más.
—No. Si hace eso, es como si me estuviera obligando a casarme con usted. Y aún no estoy segura de hacerlo —declaré sin mirarlo, con la mirada fija en el suelo, sintiendo el peso de su propuesta hundirse sobre mis hombros. Esta situación comenzaba a colmar mi paciencia.
—Entonces dígame —su voz bajó un tono, tornándose casi amenazante—, ¿podrá manejar el caos que se desatará? ¿Desea ver a su padre tras las rejas siendo inocente?
Alzó una ceja, mirándome con esos ojos fríos que no mostraban ni un atisbo de compasión. Moví la cabeza con temor. Mi corazón latía con fuerza, como si quisiera salir huyendo de mi pecho.
—No… Mi papito no puede ir a la cárcel. Él nunca haría algo así. Esta empresa es su vida… ¿cómo esos accionistas pueden pensar eso de él? —pregunté con la voz entrecortada, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con traicionarme.
David suspiró con falsa paciencia, como si estuviera agotado de tener que explicarme lo obvio.
—Isabella. El dinero es el enemigo de muchas personas. No podemos hacer nada contra eso —comentó con un aire de falsa resignación.
Lo miré por un instante, luchando con el torbellino de pensamientos que me invadía. Casarme no estaba en mis planes. Nunca. Amo mi libertad, amo decidir por mí misma, jamás se me había cruzado por la mente el matrimonio, mucho menos sin amor… y con un hombre que me dobla la edad. No, jamás. ¿Pero qué pasará con mi padre? ¿Qué pasará con esta vida de lujos, de comodidades a la que estoy tan acostumbrada? ¿Tendré que sacrificar mi propia libertad por todo esto?
El peso de la decisión caía sobre mí como una losa. Y lo peor de todo es que él lo sabía... ¡mierda!
***
Sostengo la mano de papá, el se sentia mucho mejor, aunque mi mente estaba lejos de esta habitación. Ni siquiera sé cómo explicar lo que siento. Quizás mis pensamientos están varados en Grecia o en algún rincón perdido donde no tengo que enfrentar lo que está por venir. Suelto apenas un suspiro y, de repente, siento su mano helada. También siento el roce de su mejilla contra la mía.
—¿Qué tienes, mi bella flor? —me pregunta con su voz suave.
—Nada, papi… —miento, tragando el nudo que se me forma en la garganta—. Solo que tu negocio, la empresa… está jodido. Literalmente.
Papá esboza una débil sonrisa.
—No tenemos otra salida —suspira—. Escuché que incluso podría ir a la cárcel. Ya estoy viejo… quizás… quizás ya me hubiera muerto.
—¡No digas eso! —grito exaltada, mientras siento cómo me arden los ojos. Las lágrimas amenazan con desbordarse—. No digas eso, por favor.
Lo abrazo fuerte, como si con eso pudiera protegerlo de todo. Él acaricia mi cabello con dulzura, con esa paz que siempre ha sabido darme.
—Entonces no llores, mi amor. Solo debemos esperar a ver qué pasa.
—No llores tú tampoco, papá. No te preocupes. Sé que todo este tiempo has hecho hasta lo imposible por mí y por Anabella creo que ahora es momento de que yo haga algo por ti.
—No quiero que hagas nada. Si está en mis manos, yo debo asumir esto.
—No, padre. Déjame hacerlo a mi.
Me mira con los ojos entrecerrados, con esa mirada protectora y preocupada.
—¿Qué vas a hacer, mi niña?
—Voy a hacer que todo esto acabe. Voy a ponerle fin a esta injusticia.
—Isabela… no. No hagas nada. No podemos hacer nada. Me llevarán a la cárcel o me pondrán en casa por cárcel. Tengo que pagar. Tendré que entregar la empresa de joyería…y...
—¡No, padre! ¡No lo voy a permitir! —dije con la voz quebrada mientras lo abrazaba de nuevo. Sus manos acariciaban mi cabello y el miedo me oprimía el pecho.
Sentía impotencia, miedo un vacío. Pero en el fondo sabía lo que debía hacer. Salí de la habitación de recuperación, intentando respirar con normalidad, aunque el aire pesaba. Al abrir la puerta me encontré con el esposo de Anabella. Me saludó con un gesto, y yo respondí con un leve movimiento de cabeza. Siempre me ha caído mal. No sabría explicar bien por qué, pero su mirada inquisidora me incomoda.
Pocos segundos después, Anabella se acercó a mí.
—Iré a ver a papá —me dijo.
—Está bien, sí —le respondí, pero antes de que se marchara, le tomé la mano—. Anabella, tenemos que hablar. Es urgente.
Ella me miró sorprendida.
—Cariño, ve a ver a mi padre un momento —le pidió a su esposo. Él asintió y se fue, aunque no sin antes lanzarme otra de sus miradas desagradables. Desvié la vista y suspiré.
Nos sentamos en una banca, alejadas de la habitación. La tensión me consumía.
—Dime, ¿qué sucede? —preguntó mi hermana.
Tragué saliva. Mis manos temblaban.
—Voy a tener que casarme con el señor David Valverde.
Anabella abrió los ojos como platos.
—¿Qué? ¿Qué estás diciendo?
—Es la única forma de recuperar nuestra empresa de impedir que papá vaya a la cárcel por ese fraude que él no cometió. El señor Valverde me ofreció matrimonio a cambio de pagar todas las pérdidas, cubrir a los accionistas, salvar el nombre de la empresa todo.
Anabella me miraba completamente atónita, boquiabierta.
—No entiendo… ¿Estás hablando en serio? ¿Él te propuso matrimonio? ¡Es un hombre mayor que tú, Isabella!
—¿Tú crees que no lo he pensado? —le respondí, con un amargo intento de sonrisa—. Pero dime, ¿qué otra opción tenemos?
—Pero ¿será una boda por un tiempo, verdad? ¿Le preguntaste?
—No. No pregunté nada de eso. No sé qué haré es tan difícil… —mi voz se quebró. Sentía la garganta apretada y el estómago revuelto.
—Tranquila, mejor busquemos otra solución —sugirió ella, desesperada.
—No hay otra solución, Anabella. No la hay. Estamos completamente en sus manos. Es lo único que nos puede ayudar. No tenemos a nadie más. No quiero perder la empresa, la mansión, la estabilidad económica que tanto le costó a papá mantener durante todos estos años.
Mi hermana bajó la mirada. Después me tomó las manos.
—Isabella pero no quiero que te sacrifiques y te cases con alguien que no amas. Eso no está bien.
—Lo sé, hermana… lo sé. —Tomé aire y continué con firmeza—. Me voy a casar, pero voy a hablar claramente con él. Le diré que sea por un tiempo. No puedo estar con él toda la vida, no lo amo. Pero necesito salvar lo que tenemos. Haré esto por papá, por la familia.
Ella asintió, comprendiendo el peso de mis palabras. Me abrazó con fuerza.
—Está bien, cariño. Es tu decisión.
—Anabella. Solo prométeme algo: no le digas nada aún a papá. No quiero que lo sepa por ahora, ¿entendido?
—No lo sabrá —me prometío
su fuerte abrazo era cálido y fue lo único que por un momento me dio algo de consuelo. No podía solor dudar, tenía que hacerlo y ya.