Damian
Nunca me había costado tanto mantener la mente fría. Años de entrenamiento, misiones en los rincones más peligrosos del mundo, situaciones donde un parpadeo significaba la diferencia entre la vida y la muerte... y ahora me encontraba desconcentrado por una mirada.
La de Elena.
Observé cómo se inclinaba sobre el teclado, con la frente ligeramente arrugada en ese gesto de concentración que ya había memorizado. Sus dedos volaban sobre las teclas mientras intentaba acceder al servidor. La luz azulada de la pantalla iluminaba su rostro en la penumbra de la habitación, dibujando sombras bajo sus pómulos.
—Maldita sea —murmuró, apartándose un mechón de pelo de la cara—. Tienen un sistema de seguridad que se actualiza cada treinta segundos.
Me acerqué, intentando ignorar el aroma a jazmín que emanaba de su piel. Profesionalismo, Damián. Concéntrate.
—Déjame intentarlo —dije, colocándome a su lado—. He visto este tipo de protocolos antes.
Nuestros hombros se rozaron cuando intercambiamos