La luz del amanecer se filtraba por las rendijas de la persiana, dibujando líneas doradas sobre el cuerpo dormido de Marcus. Permanecí inmóvil, observándolo respirar con ese ritmo pausado que solo tienen los que han aprendido a descansar en medio del caos. Su rostro, normalmente tenso y vigilante, mostraba una serenidad que nunca le había visto despierto.
Era extraño contemplar así a un hombre que había construido su vida entera alrededor de muros impenetrables. Ahora, en ese estado de vulnerabilidad, podía ver las cicatrices que marcaban su piel como un mapa de batallas pasadas. Algunas eran recientes, otras tan antiguas que se habían desvanecido hasta convertirse en líneas plateadas apenas perceptibles.
Me pregunté cuántas de esas heridas tenían historias que nunca compartiría conmigo.
—Llevas demasiado tiempo mirándome —murmuró sin abrir los ojos, sobresaltándome.
—Creí que dormías.
—Un operativo nunca duerme del todo, Elena —respondió, abriendo finalmente los ojos y clavando en mí