Zane
La luz del amanecer se filtraba por los ventanales de la habitación principal, bañando con tonos dorados la figura dormida de Luna. Zane la observaba en silencio, maravillado por la paz que irradiaba su rostro. Había pasado la noche en vela, no por preocupación o estrategia como solía ocurrir, sino contemplándola, preguntándose cómo había vivido tanto tiempo sin ella.
Sus dedos recorrieron suavemente el contorno de su mejilla, cuidando de no despertarla. Cada respiración de Luna era como una melodía que calmaba la bestia que siempre había rugido en su interior. Durante años, había construido su reputación sobre el miedo, convencido de que el amor era una debilidad que no podía permitirse. Ahora, mientras observaba a su compañera, comprendía lo equivocado que había estado.
—El poder nunca estuvo en la soledad —murmuró para sí mismo, apartando un mechón de cabello del rostro de Luna—. Estaba aquí, en permitirme sentir.
Se levantó con cuidado y se acercó a la ventana. Su territorio