Zane
El amanecer apenas se asomaba por las montañas cuando Zane ya estaba de pie junto a la ventana de su despacho. Las primeras luces del día dibujaban sombras alargadas sobre el territorio que había jurado proteger. Sus hombros, anchos y tensos, cargaban con un peso invisible pero aplastante. El peso del liderazgo.
Apoyó una mano contra el cristal frío y cerró los ojos. La imagen de Luna dormida en su cama, con el cabello desparramado sobre la almohada y la respiración tranquila, lo había acompañado hasta aquí. Había salido sigilosamente para no despertarla, necesitaba este momento de soledad para ordenar sus pensamientos.
—Alfa.
La voz de Marcus, su beta, lo sacó de su ensimismamiento. No necesitó girarse para saber que su rostro mostraría la misma preocupación que él sentía.
—¿Alguna novedad? —preguntó Zane, su voz grave resonando en la habitación vacía.
—Nada concreto. Los guardias no han detectado movimientos sospechosos en los límites del territorio, pero...
—Pero sientes lo mi