Esa mañana él ascensor descendía lentamente, como si el tiempo se hubiera detenido en cada piso.
Ángel apenas había comenzado la jornada, pero algo en su cuerpo ya estaba tenso, como si supiera lo que se avecinaba.
La rutina de aquel hospital era monótona, predecible, casi mecánica.
Las mismas caras, los mismos saludos breves, los mismos silencios incómodos entre colegas pero ese día, algo distinto flotaba en el aire.
Lo supo en cuanto las puertas del ascensor se abrieron en el quinto piso y ella entró.
Primero fue una sensación, un presentimiento luego, la imagen lo golpeó: era un recuerdo no resuelto con rostro nuevo.
La mujer era joven, no más de treinta.años tal vez.
Llevaba el uniforme azul del personal de limpieza, el cabello oscuro recogido en una coleta baja, la piel clara con ese mismo matiz que aún recordaba entre sueños, pero lo que lo dejó inmóvil fue su rostro.
No era idéntico, no exactamente igual, pero sí lo suficiente como para confundir a su corazón cansado.
Tenía