Había una luna quieta sobre la ciudad, colgada del cielo como un testigo silencioso. Vigilaba desde lo alto el pulso incierto de las decisiones humanas y en medio de esa calma aparente, dos figuras se detuvieron frente a la pequeña plaza enrejada frente al hospital.
Esa misma plaza donde Coromoto y Ángel habían compartido tantas promesas… que ahora parecían recuerdos lejanos, casi ajenos.Esa noche, al terminar el turno, Ángel no pensaba en nada más que en una ducha caliente y un poco de silencio.Había sido una jornada larga, no tanto por la carga de trabajo, sino por ese peso invisible que le venía aplastando los hombros desde hacía tiempo, un cansancio que no se curaba durmiendo.Sabía que William lo estaría esperando ya que aquella conversación inconclusa de la mañana solo había sido un prólogo incómodo. Lo había sentido en el aire, en los murmullos de pasillo, en la forma en que algunos lo miraban de reojo, como si ya supieran más de lo que decían.