El sol comenzaba a ocultarse lentamente, tiñendo el cielo con los últimos destellos anaranjados del día, una suave brisa recorría la plaza frente al hospital, moviendo las hojas secas con un murmullo casi imperceptible y como cada tarde antes de comenzar su turno nocturno, Ángel estaba allí, sentado en su banco habitual, con la cabeza llena de pensamientos que no lograba ordenar. Pero esa tarde, algo —o alguien— estaba por cambiarlo todo.
A lo lejos, entre los árboles y los pasos indiferentes de los transeúntes, apareció ella. Coromoto. Caminaba hacia él con paso lento, casi arrastrado, pero decidido. Cada paso pesaba como si llevara el mundo sobre los hombros. Sus ojos estaban fijos en él, cargados de una tormenta interna que no sabía cómo detener. Lo conocía tan bien, que sabía exactamente dónde encontrarlo, sus horarios, sus rutinas. Ángel, al verla, sintió que todo a su alrededor desaparecía...Allí estaba ella... al fin... Ella