El cielo estaba cubierto de nubes densas y grises, como si el día entero llevara el peso de una tormenta que se resistía a caer, la llovizna amenazaba en la distancia, apenas perceptible, como un presagio de algo por venir.
Ángel y Paola salieron del trabajo sin rumbo fijo. Caminaban por las calles de la ciudad con pasos lentos, casi mecánicos, tratando de liberar la mente de todo lo que los había abrumado últimamente.
No hablaban, el silencio entre ellos no era incómodo, sino denso, lleno de pensamientos que no se atrevían a decir en voz alta.
Pero esa calma aparente no duró mucho.
—Paola... ¿quién es Vanesa? —preguntó Ángel de pronto, rompiendo la quietud como quien lanza una piedra en un estanque. Su voz era baja, casi un susurro, pero cargada de inquietud.
Paola se detuvo, sorprendida por la pregunta.
Lo miró con el ceño fruncido, sin entender del todo a qué se refería, detrás de ellos, la silueta del hospital donde trabajaban c