Luego de varios días tormentosos todo parecía retornar a la calma en la relación de Ángel y Coromoto.
Ella demostraba estar bien sin importar el infierno que vivía en su casa junto a su esposo, sabia que si dejaba a William le complicaría demasiado estar con sus hijos, ella estaba sola en chile y los niños quedarían con su papá y abuela paterna, y aunque el amor por Ángel fuera inmenso, solo por eso no podía dejar a William y en el fondo él también lo sabía. El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas cuando Coromoto y Ángel se sentaron juntos en un jardín del hospital, junto a la estatua de una virgen, lejos del bullicio de los pasillos, y los pacientes. Había sido un día tranquilo, de esos que la vida les regalaba después de las tormentas. El viento suave movía las ramas de los árboles, creando una melodía suave y constante. Coromoto no hablaba mucho últimamente, pero Ángel lo sabía. Había cambios en su interior, sutiles pero profundos, y él estaba dispuesto a esperar, a darle espacio para que encontrara el camino que aún no entendía por completo. —He estado pensando… dijo ella, mirando el horizonte con los ojos perdidos en la lejanía—Sobre lo que quiero… sobre lo que busco. Ángel la observó en silencio, percibiendo las sombras que se deslizaban por su rostro. Sabía que esa era la primera vez que Coromoto se permitía hablar de lo que sentía sin guardarse nada. Habían pasado casi 5 meses desde que su relación comenzó, pero aún había muchas preguntas sin respuesta. La luz dorada del atardecer iluminaba su rostro, y por primera vez, Coromoto parecía más tranquila, como si las piezas del rompecabezas de su vida comenzaran a encajar. —¿Y qué has encontrado en tus pensamientos? —preguntó Ángel, su voz cálida, casi un susurro. Coromoto sonrió ligeramente, un gesto lleno de nostalgia y algo de miedo. En esos meses, Ángel había sido su refugio, su apoyo, el lugar donde su alma herida había aprendido a descansar. con él había comenzado a sentirse, por primera vez en mucho tiempo, amada, deseada, completa. Pero las sombras de su vida pasada, las decisiones que aún debía tomar, seguían rondando en su mente. —¿Sabes? A veces me imagino… a veces pienso en un futuro diferente — dijo, con una suavidad que hizo que Ángel contuviera el aliento— Uno donde todo sea sencillo, donde no haya tantas dudas, ni tanto miedo. Ángel la miró con curiosidad, sin interrumpirla. Sabía que algo importante estaba por salir de sus labios. —Imagina… — continuó Coromoto, como si estuviera hablando más para sí misma que para él— Imagina que estamos en una iglesia. Yo estoy allí, caminando hacia ti, con un vestido de novia azul, azul rey. Y el pasillo está adornado con girasoles, girasoles que iluminarán mi camino mientras voy hacia ti. Y tú me estás esperando, vestido también con un traje de color azul, como si todo tuviera sentido en ese momento, como si fuéramos lo único que importa. Ángel sintió un nudo en el estómago, pero una sensación de paz lo invadió al ver la imagen que ella había dibujado en su mente. La idea de estar con ella, de compartir ese momento de pureza, de amor, le parecía un sueño tan lejano y al mismo tiempo tan cercano. —¿Te gustaría eso? —preguntó él, con su voz grave y cargada de emoción. Coromoto lo miró, y por primera vez en semanas, vio en sus ojos una chispa de esperanza. Era un sueño bonito, uno en el que podía ver una vida diferente, una vida donde el pasado no pesara tanto. Pero, al mismo tiempo, el futuro seguía siendo incierto, y el peso de sus decisiones se hacía más grande con cada día que pasaba. —No lo sé… —respondió, sin dejar de mirarlo— Es tan hermoso, pero también tan aterrador. No sé si podremos… El silencio entre ellos se alargó, y por un momento, Coromoto pensó que las palabras nunca llegarían a resolver lo que sentía. Ella quería ese futuro, ese sueño de amor, pero su corazón seguía dividido. A pesar de la calidez de Ángel, a pesar de las caricias y los momentos compartidos, las dudas seguían presentes. La vida real, con sus responsabilidades y decisiones, no desaparecía solo porque ella se permitiera soñar con un vestido azul y un altar adornado con flores. Ángel la abrazó entonces, rodeándola con los brazos como un refugio seguro. No necesitaba presionarla, no necesitaba respuestas inmediatas. Sabía que Coromoto tenía que encontrar su camino por sí misma, sin importar cuán incierto fuera.— Lo que sea que decidas Coromoto, yo estaré a tu lado siempre —le susurró al oído, como una promesa silenciosa. No te pido que tengas todas las respuestas ahora. Solo quiero que sepas que, pase lo que pase, siempre tendrás un lugar en mi vida. Ella cerró los ojos, disfrutando de su abrazo. Por un momento, el peso de sus pensamientos se aligeró, y aunque las dudas seguían acechando, algo en su interior le decía que, por primera vez, no estaba sola en esa batalla. El día terminó, y Coromoto volvió a casa, al hogar que aún compartía con William. La nostalgia y la tristeza llenaban cada rincón, pero en su pecho algo nuevo había nacido. No tenía claro si algún día se casaría con Ángel, si algún día ese vestido azul sería más que un sueño. Pero por primera vez, había vislumbrado la posibilidad de un futuro distinto, uno en el que ella misma tuviera el poder de elegir. Esa noche, mientras se acomodaba en su cama, las imágenes del vestido azul, de los girasoles, del altar esperándola, seguían bailando en su mente. Tal vez ese futuro no estuviera tan lejos, tal vez, algún día, ese sueño podría ser real. Pero hasta entonces, tendría que caminar por su propio camino, enfrentando sus miedos y, tal vez, finalmente encontrando lo que realmente quería. El vestido azul seguía en sus pensamientos, como una promesa de lo que aún podría llegar a ser.El sol de la mañana colaba sus rayos a través de las cortinas, iluminando suavemente la sala de su casa. Coromoto estaba en la cocina, absorta en la preparación de un café que necesitaba más que nunca. Los últimos días habían sido una mezcla de sensaciones encontradas, entre la tranquilidad de estar con Ángel y la incertidumbre que aún se aferraba a su corazón. Mientras la cafetera emitía su característico sonido, pensaba en Patricia, su amiga de siempre, y en la conversación que, sin saberlo, estaba a punto de cambiar algo dentro de ella. Habían pasado ya varios días desde que Patricia había mencionado un mal presagio. Las palabras de su amiga resonaban en su cabeza como un eco, incluso en los momentos más tranquilos. Era un comentario inocente, al menos en apariencia, pero la tensión que traía consigo era palpable. Hace varios días, Patricia había llegado al apartamento de Ángel sin previo aviso. No era común que se presentara sin ser invitada, y eso fue lo que inqui
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida
Al día siguiente, Coromoto decidió que debía hacer algo. No podía seguir viviendo en esta mentira. Quería salvar su familia, sí, pero no a costa de su dignidad, de su alma.La imagen de su hijos, inocentes y ajenos a la tormenta que se desataba a su alrededor, la impulsó a tomar una decisión: confrontar a William, enfrentarse a la traición de una vez por todas. Ya no podía seguir guardando silencio, ni seguir soportando el desprecio y el dolor que él le causaba.Sin embargo, esa misma noche, mientras caminaba por la casa, con el corazón acelerado y las palabras ya formándose en su mente, recibió una llamada inesperada de Claudia. La voz de su amiga, tan tranquila y serena como siempre, la interrumpió justo cuando estaba a punto de llamar a William para encarar la verdad.—Coromoto —dijo Claudia con suavidad—, sé que estás pasando por un momento difícil. Y quiero que sepas que no estás sola. Pero también sé que lo que estás sintiendo no es sólo el dolor de la traición, es el miedo de p