Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación.
A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a Coromoto Sin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el hospital. necesitaba ese dinero extra ya que su esposo William, había tenido un problema con su auto y producto de eso su presupuesto se había desajustado. Ángel, aunque no estaba contento con la idea de estar sin ella, comprendió.— “Haz lo que tengas que hacer, Coromoto. Lo importante es que todo salga bien”— dijo, aunque sus palabras no disimulaban del todo su preocupación. Cuando Coromoto comenzó a alistarse para comenzar a trabajar y Ángel se dirigía a la puerta de salida. se encontró con Patricia, quien en medio del saludo y conversación sobre los días que se venían. —“He decidido no ir esta vez”— dijo Patricia, casi en un susurro. —Necesito ese dinero extra, pero “William es quien nos llevará en las mañanas, y no quiero estar cerca de él. No me gusta la forma en que Coromoto cambia cuando está con él, como si tuviera miedo de ser ella misma. Es como si se sintiera presionada a ocultar su esencia, y sinceramente Ángel, no es la misma que cuando está contigo.”— expresó con un tono extraño en su voz, mientras bajaba la mirada. Ángel frunció el ceño. Sabía que algo no estaba bien en esa relación, si sabía de la frialdad de William y los engaños, pero nunca imaginó que fuera tan grave la situación. Coromoto siempre había sido abierta y natural con él, pero ¿realmente se sentía presionada por William? No podía evitarlo, algo en su estómago se revolvía con esa nueva información. El tiempo pasó sin que pudieran verse. Dos largos y eternos días. Sin embargo, se mantenían en contacto, enviándose fotos, mensajes y llamadas. Coromoto, desde la fábrica de chocolates, parecía estar viviendo en un sueño dulce. —“Es como estar en el paraíso, Ángel”.— le había dicho una tarde, su voz cargada de entusiasmo.—“Hay máquinas de chocolate por todos lados. Me dan ganas de meterlos en mis bolsillos y llevármelos a casa. ¡Es tan mágico!” Coromoto se sentía como una niña nuevamente y en su voz pese al arduo trabajo que le tocaba ,se sentía feliz A pesar de la distancia, Ángel sentía como si pudiera ver esa sonrisa en su rostro a través de cada mensaje, Pero ese tercer día… fue diferente. Aunque siempre había una foto, un mensaje, una llamada en las tardes, esa vez no hubo nada. El mediodía pasó sin noticias. El sol se escondió tras las nubes, y la lluvia comenzó a caer con fuerza. Ángel se levantó de su asiento, mirando el teléfono con el corazón agitado. Algo no estaba bien. Y fue en ese instante, cuando ya comenzaba a perder la esperanza, cuando escuchó una voz a lo lejos. “¿Acaso no piensas venir a saludarme?” Se giró rápidamente. Y allí, entre la niebla de la lluvia, estaba ella. Coromoto, completamente empapada, con el cabello pegado a su rostro y la ropa completamente mojada que se pegaba a su cuerpo. En ese momento la lluvia y el frío perdieron importancia. Lo único que importaba era que ella estaba allí, justo frente a él. La distancia entre los dos desapareció en un instante, y sin pensarlo, Ángel corrió hacia ella, la abrazó y la besó con una pasión arrebatadora. —“¡No pude aguantar más Ángel!”,— exclamó ella entre risas nerviosas, su voz temblorosa por el frío y la emoción. —“Te extrañaba tanto. El trabajo fue eterno, y no podía quedarme allí ni un minuto más.”— Ambos, sin decir palabra, se adentraron en un pequeño lugar apartado, lejos de la mirada de la gente. Estaba todo lleno de polvo a su alrededor, pero a ninguno de los dos les importó. Lo único que importaba era el poder estar juntos. El amor entre ellos estalló en una mezcla de caricias y besos, un refugio en medio de la tormenta. Nada más tenía sentido en ese momento. Coromoto se sacó la ropa mojada y entre besos, abrazos y caricias la humedad de su cuerpo se evaporaba mientras hacían el amor llenos de pasión como si fuera su primera vez Cuando todo terminó, Coromoto lo miró con una sonrisa, cansada pero plena. Debo irme. Tengo que trabajar en la pizzería con William. No puedo faltar, Pero necesitaba tanto verte antes de ir. “Prometo que mañana, sin falta, voy a venir a verte de nuevo, lo prometo.” Con sus ropas aún empapadas y su rostro sucio por el polvo, Coromoto salió de allí. La lluvia, como un pequeño milagro, limpió las huellas de lo que quedaba de su encuentro. Mientras se alejaba. Ángel la observó por un momento, preguntándose si todo lo que había sentido esa tarde sería suficiente para enfrentar lo que vendría, Pero mientras veía cómo la figura de Coromoto se desvanecía bajo el aguacero, se sintió más convencido que nunca de que, sin importar lo que pasara, su amor seguiría siendo el motor que los unía. La lluvia caía borrando las huellas de sus besos…pero, jamás el recuerdo de aquella tarde.La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Esa mañana, como tantas otras, William se levantó con el rostro impasible, apenas sin mostrar signos de la tormenta que comenzaba a gestarse en su interior. Había algo en el aire, algo que no podía definir con exactitud, pero que lo inquietaba, algo en el comportamiento de Coromoto se había vuelto extraño últimamente, más de lo normal Como si no estuviera del todo presente, como si estuviera partida en dos, o peor aún, como si ya no estuviera del todo allí.Mientras él revisaba el celular de Coromoto, que había dejado sobre la mesa en de busca algún mensaje, alguna pista, algo llamó su atención, al revisar encontró Un mensaje de Patricia, pero lo que vio en la pantalla lo hizo detenerse. En la conversación entre amigas Patricia le había escrito—“Estoy Acá con tu amor, se nota te extraña mucho”—Al leer esas palabras, algo en él hizo clicNo era la primera vez que se sentía inquieto por la posible relación entre Coromoto y alguien más. Jamás pensó que ese día llegaría o que a
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa
El sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de la sala, cubriendo el suelo con una luz cálida que apenas lograba penetrar la frialdad que habitaba en los corazones de los que compartían la casa. Coromoto se encontraba sentada en el sofá color rojizo, mirando la fotografía de su familia sobre la mesa. William, en la imagen, sonreía con su característica expresión de confianza, y Claudia, su mejor amiga, estaba a su lado, sosteniendo a su hijo pequeño en brazos, su rostro irradiando la bondad que siempre había creído que existía en ella.Habían pasado semanas desde que había descubierto, de manera indirecta, el romance entre su esposo y su amiga. El peso de la traición le quemaba en el pecho, y aunque su mente le exigía confrontar la realidad, sus labios no podían articular las palabras que pudieran desgarrar la fachada de su vida. “¿Cómo llegamos aquí?”, se preguntaba una y otra vez, mientras observaba esa imagen, que ahora se sentía lejana, como si perteneciera a una vida