Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.
Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos. El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie. La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos. No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital. Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo. Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromoto unos pocos minutos por la mañana, antes de que ella se sumergiera en su jornada de limpieza. Y cuando la situación lo permitía, se quedaba a su lado, ayudándola en lo que pudiera, simplemente para no perderla de vista, para sentir que la cercanía de su amor no se desvanecía. Y Coromoto, aunque sentía que las horas del día se alargaban demasiado, había comenzado a quedarse algunas noches en turno continuo en el hospital, trabajando, solo para poder tener unos pocos minutos más con Ángel. Así, en la penumbra de la noche y en la quietud del amanecer, se encontraban, compartiendo esos breves momentos como si fueran eternos. Era una relación que no necesitaba palabras a gritos, pero que sí dependía de gestos pequeños. Y así, cada uno encontraba su forma de demostrarse el amor. Aunque las dudas aún rondaban en la mente de Ángel, especialmente aquellas que nacían de la presencia silenciosa de William, su esposo, el comportamiento de ángel seguía siendo el mismo: atento, cariñoso, preocupado por el bienestar de ella, por su sonrisa, que lo mantenía firme, sin importar las sombras que se cernían sobre ellos. Esa tarde, como siempre, el hospital estaba en su ajetreo habitual, pero Ángel había decidido hacer algo especial. Había caminado hasta el mercado cercano y comprado un pequeño ramito de girasoles, las flores favoritas de Coromoto. Era un gesto sencillo, pero lleno de significado. El ramo, con su colorido amarillo brillante, era un recordatorio de lo que compartían. De lo que él sentía por ella. Coromoto terminó su primer jornada preparándose para continuar trabajando esa noche, con las manos cansadas, pero el rostro sereno. No se esperaba nada especial, como siempre, su rutina seguía su curso. Cuando levantó la vista al salir a despejarse un poco se encontró con Ángel, allí, parado frente a ella, con el ramito de girasoles en las manos, sonriéndole de una forma que le llegó al corazón. —Esto es para ti —le dijo Ángel, su voz suave, sincera, como siempre. Coromoto, sorprendida, no podía creerlo. Las palabras se le escaparon. No estaba acostumbrada a que alguien fuera tan atento, tan generoso con ella, especialmente después de todo lo que había pasado. Aunque él siempre había estado preocupado por ella, siempre atento a su bienestar, ese gesto, tan simple pero tan lleno de cariño, la tomó por sorpresa. Los girasoles, con su colorido y su frescura, la hicieron sonreír, pero también le provocaron una sensación extraña en el pecho. Los recuerdos de su vida, de su matrimonio con William, la envolvieron por un instante, y una punzada de culpabilidad atravesó su pecho. Pero enseguida, esos sentimientos fueron reemplazados por algo más fuerte, algo que ya no podía ignorar. El amor que sentía por Ángel era real, tan real como el aire que respiraba, y no podía negarlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no eran lágrimas de tristeza, sino de gratitud, de amor, una mezcla de sentimientos que no lograba explicar, pero que podía sentir en lo más profundo de su ser. Se acercó a Ángel, tomando el ramo entre sus manos, y mirándolo a los ojos, dijo con una sinceridad que parecía atravesar el alma: —“Prometo que no te vas a arrepentir de volver a confiar en mí. No voy a volver a fallarte. Eres el amor de mi vida, y aunque mi nombre lleve otro apellido, yo soy tu mujer y siempre lo seré”. En ese instante, todo a su alrededor desapareció. El ruido del hospital, las personas que pasaban a su alrededor por los pasillos, los problemas que ambos sabían que aún quedaban por resolver… todo desapareció. Solo existían ellos dos, bajo la luz tenue de la tarde que se filtraba por las ventanas, envolviéndolos en una atmósfera de calma y amor. Ángel, con la mirada llena de promesas, la abrazó sin dudar. Sus labios se encontraron en un beso lleno de ternura y pasión, un beso que parecía capaz de fundirlos en un solo ser, sin que nada ni nadie pudiera separarlos. Y mientras el tiempo seguía su curso, con la oscuridad de la tarde envolviendo el hospital. Coromoto y Ángel se dejaron llevar por ese momento, por ese amor que, aunque fuera breve, era todo lo que necesitaban en ese instante. La oscuridad de la tarde los rodeó, pero ellos se mantenían firmes, iluminados por el amor que se habían prometido. No sabían lo que les depararía el futuro, pero ese beso, ese abrazo, les hizo sentir que todo iba a estar bien. Y por un momento, todo lo demás dejó de importar.Ya habían transcurrido varias semanas desde que Ángel y Coromoto retomaron su relación. A pesar de las pocas horas que podían pasar juntos, todo marchaba sobre ruedas. El amor entre ellos parecía desbordarse en los pequeños momentos que compartían. Los encuentros furtivos en un motel cercano al hospital o en ese pequeño cuartucho donde el deseo y la pasión se desbordaban sin reservas. Ángel había aceptado trabajar por unas semanas en el turno de día para poder pasar más tiempo junto a CoromotoSin embargo, ese mismo día Coromoto le dio a Ángel una noticia que cambiaría su rutina por unos días. Con voz suave y cierta preocupación en el rostro, le explicó que debía ir a trabajar fuera del hospital junto a Patricia, Paola y Jazmín. Se trataría de unas tareas de aseo en un lugar alejado, y el horario de salida le impediría ver a Ángel durante algunos días. Aunque la noticia la entristecía, era una oportunidad que no podía dejar escapar. Le pagarían un poco más de lo que ganaba en el
La vida de Coromoto había tomado un rumbo inesperado, una senda oscura pero vibrante, llena de contradicciones que la mantenían atrapada en un vaivén de emociones. Cada mañana se despertaba con la sensación de haber cruzado una línea invisible, un límite que ya no podía deshacer. La relación con Ángel, que había comenzado como un respiro en medio de su rutina agobiada, se había convertido en una necesidad constante, un deseo que no podía acallar, pero que tampoco podía mostrar al mundo.En el hospital, todo continuaba como siempre. Los pacientes, las tareas diarias, las charlas entre compañeros, Pero cada vez que Ángel aparecía en su campo de visión, todo se volvía más claro para ella.Su corazón latía con fuerza, sus pensamientos se dispersaban, y su mente se llenaba de imágenes de lo que habían compartido, de los momentos robados en las sombras, de las palabras que nunca se atreverían a decir en voz alta. A pesar de la felicidad que esos momentos le traían, había una sombra que
Esa mañana, como tantas otras, William se levantó con el rostro impasible, apenas sin mostrar signos de la tormenta que comenzaba a gestarse en su interior. Había algo en el aire, algo que no podía definir con exactitud, pero que lo inquietaba, algo en el comportamiento de Coromoto se había vuelto extraño últimamente, más de lo normal Como si no estuviera del todo presente, como si estuviera partida en dos, o peor aún, como si ya no estuviera del todo allí.Mientras él revisaba el celular de Coromoto, que había dejado sobre la mesa en de busca algún mensaje, alguna pista, algo llamó su atención, al revisar encontró Un mensaje de Patricia, pero lo que vio en la pantalla lo hizo detenerse. En la conversación entre amigas Patricia le había escrito—“Estoy Acá con tu amor, se nota te extraña mucho”—Al leer esas palabras, algo en él hizo clicNo era la primera vez que se sentía inquieto por la posible relación entre Coromoto y alguien más. Jamás pensó que ese día llegaría o que a
Todos tenemos una historia de amor que deseamos compartir, una historia que, aunque única y personal, resuena con las experiencias de muchos. Unas terminan con el sabor dulce de un final feliz, mientras que otras dejan en el alma cicatrices que nunca terminan de sanar. Algunas de estas historias se siguen escribiendo, con la esperanza de un nuevo capítulo; otras, sin embargo, quedaron atrás, detenidas en el tiempo, como cartas no enviadas, como recuerdos que se desvanecen con cada día que pasa.Cada uno de nosotros guarda en su pecho un amor que es imposible de olvidar: un amor secreto, que solo vive en las sombras de nuestra memoria. Un amor que tal vez nunca verá la luz, pero que perdura, inmortal en su fragilidad. Dicen que “es mejor haber amado y perdido que nunca haber amado”, pero ¿qué ocurre cuando, al perder, también se pierde una parte de uno mismo? ¿Vale la pena arriesgarlo todo por un amor que, al final, nos deja vacíos, con el corazón hecho trizas y la sonrisa perdida en a
La llegada a la terminal de buses de Santiago de chile fue un mar de emociones encontradas para Coromoto. Era la primera vez que veía un cielo diferente al de Maracay, su ciudad natal. El aire, seco y fresco, le rasgaba la piel de manera extraña, casi como si la estuvieran recibiendo con un abrazo brusco y distante. Mientras avanzaba junto a su familia en busca de su equipaje, un nudo se formaba en su estómago. No solo por la incertidumbre que sentía sobre el futuro, sino también por la nostalgia que la golpeaba con cada paso que daba sobre el suelo chileno.Había dejado atrás a su madre, a sus amigas, a los vecinos del barrio que conocían cada rincón de su vida. El sonido de las motos en Maracay, las risas en la esquina de su casa, las tardes de café con su amiga Rosa… todo eso parecía ahora tan lejano como un sueño perdido. Y lo peor de todo, pensaba Coromoto, era la sensación de que nada en su nueva vida la haría sentir tan en casa como antes.“Esto es solo temporal”, se repetía a
El sonido del reloj marcando las horas en la pared del salón parecía ser lo único que le daba forma a los días de Coromoto. Cada tictac resonaba en sus oídos como una meticulosa llamada al inevitable paso del tiempo. A medida que la mañana se alargaba, sus pensamientos se volvían más pesados, como si la rutina diaria de cuidar a los niños y atender la casa se hubiera convertido en un eco interminable de las mismas acciones: levantar a los niños, preparar el desayuno, ir al trabajo, regresar, ordenar, cenar, dormir… y todo de nuevo.William se había convertido en un espectador mudo de su vida. Su presencia en casa ya no era la de un compañero, sino la de una figura distante, como una sombra que se deslizaba por los pasillos sin atreverse a hacer contacto. Coromoto lo notaba, lo sentía en cada rincón, en cada silencio. Había una distancia palpable en su mirada, un vacío profundo en los gestos que antes fueron cálidos y llenos de vida. Su indiferencia la devoraba lentamente, como una lla
Coromoto se despertó esa mañana con el peso del mundo sobre sus hombros. El sol apenas se filtraba entre las rendijas de las cortinas, y aún en el silencio de la casa, algo en su interior hacía ruido. Su mente no dejaba de dar vueltas a la misma idea que había decidido, quizás imprudentemente, poner en marcha la noche anterior. La conversación con William había quedado flotando en el aire, como una promesa rota que todavía no se había cumplido.Se levantó lentamente de la cama, intentando no despertar a su esposo, que aún dormía profundamente a su lado. William había sido el amor de su vida, su compañero en cada paso del camino, pero las últimas semanas lo habían cambiado. Él ya no la miraba como antes. Sus ojos, antes tan llenos de pasión y complicidad, ahora estaban vacíos, distantes. Coromoto había sentido, desde hace un tiempo, que se estaba perdiendo en algún rincón de la relación, y la idea de abrir su matrimonio había nacido de esa desesperación.La propuesta que había hecho la
La noche llegó y el momento de enfrentar la realidad estuvo a la vuelta de la esquina. Coromoto estaba nerviosa, pero al mismo tiempo, una parte de ella no quería arrepentirse. William había aceptado, sin emoción, pero al menos lo había hecho. La habitación estaba en penumbra, la cama deshecha, los dos cuerpos que compartirían el mismo espacio ya estaban allí, esperando, como piezas que encajarían en un rompecabezas que ninguno de los tres parecía entender del todo.La atmósfera en la habitación era densa, cargada de una tensión extraña, casi palpable, que se mezclaba con una chispa de incertidumbre. La luz tenue de la lámpara junto a la cama proyectaba sombras suaves sobre las paredes, y el silencio se hizo un espacio incómodo que solo se interrumpía por el leve sonido de respiraciones contenidas. Coromoto, que se encontraba entre ellos, sentía una mezcla de excitación y miedo, pero también algo de alivio por no estar sola en ese momento.William, recostado sobre la almohada, observa