Varias semanas habían pasado desde el encuentro secreto entre Coromoto y Blas en el ascensor.
Coromoto y ángel habían regresado y aunque aún permanecían las dudas en él, todo estaba bien entre ambos.
El hospital, con su rutina inquebrantable, seguía siendo el lugar donde todo comenzaba y terminaba para ellos. Entre las luces frías de los pasillos y el incesante ir y venir de enfermeras, médicos y pacientes, su amor crecía en silencio a pasos agigantados. Ya no era necesario esconderse de nadie.
La relación que había nacido en secreto entre el sonido del ascensor y las palabras susurradas en la penumbra, se había convertido en un amor a la vista de todos.
No importaba la hora, ni el lugar; Coromoto y Ángel encontraban momentos para cruzarse, para sonreírse, para sostenerse de la mano en todas las esquinas del hospital.
Pero, a pesar de esa aparente tranquilidad, el tiempo seguía siendo un enemigo.
Ángel, dedicado a su trabajo nocturno desde aquel día, solo lograba ver a Coromot