Solo había una solución posible: Isabela estaba tratando de hacerme quedar mal con Alejandro.
Quizá en otra ocasión no habría hecho nada al respecto, solo lo ignoraría porque ella está enferma y seguiría con mi vida incluso si moría socialmente debido a malos rumores.
Mis amigas, mi familia, mis colegas. Muchas personas me dieron la espalda por sus caprichos. Porque ella siempre lograba despertar un instinto de protección en los demás.
Pero eso se acabó.
— No te preocupes, hermanita. Cuando te mueras te visitaré todos los días para que no te sientas sola.
Lo dije sin pensar, Isabella se giró hacia mí con una expresión nada favorable, su rostro se puso rojo de furia aunque su tez no se había recuperado desde que le dí aquel laxante y ocurrió el incidente en el auto.
— G-gracias, hermana... — Estoy segura que esas palabras se las obligó a decir.
— ¿Cómo puedes mencionar la muerte de alguien tan a la ligera? No creí que serías ese tipo de persona.
Lucas, tu instinto protector es el mismo que cavará tu propia tumba al final.
— ¿No es eso lo que ella siempre dice? ¿Qué tiene de malo?
— Pfft.
Alejandro contuvo la risa en ese momento, sé que lo disimuló con una tos muy superficial.
Isabela, al borde de un colapso por la humillación, abre la boca para gritarme pero en su lugar un ataque de tos la desestabilizó, se llevó la mano al bolsillo de su vestido, buscando su inhalador mientras Lucas trataba de socorrerla con desespero.
Miré la escena con lástima por ambos, cuando Isabela se desmaya Lucas la socorre de vuelta al auto y acelera sin siquiera haberse despedido.
— Ese par son... Bastante únicos. — Habla finalmente Alejandro. — ¿Estás bien o realmente no te has dado cuenta sobre ese par? Todo el mundo hace especulaciones sobre ellos, no hay que ser muy listo para darse cuenta de lo que son.
Me mordí el labio inferior, trataba de no llorar.
— Lo descubrí... Hace poco. — Respondí.— Fui una tonta por ser tan ciega, pero ya no será más así... Porque te tengo a tí.
Miré hacia el frente, pensando en todo lo que debía hacer para salir adelante a partir de ese momento, pero un peso sobre mi cuello me distrae de repente. Cuando vuelvo a mis sentidos me encuentro con Alejandro abrochando un collar con una delicadeza que no combinaba absolutamente nada con sus manos grandes.
— ¿Qué es esto...? — Murmuré, viendo la enorme piedra de esmeralda en el centro del collar.
— Lo encontré por ahí. — Respondió casualmente. — Te queda bonito.
Es un mal mentiroso.
¿Qué le cuesta aceptar que me hizo un regalo?
No pude evitar sonrírle de regreso, aunque la culpabilidad empezaba a carcomer dentro de mi cabeza.
Lo siento, Alejandro. Esto ni siquiera está cerca de ser un clavo sacando otro clavo. Una vez que cumpla con mi objetivo... Probablemente me odies.
Tragué saliva, viéndolo acomodar un mechón de cabello tras mi oreja. El simple roce hizo saltar chispas que creí estaban extintas dentro de mí, quiero creer que para él fue lo mismo. Se quedó un par de segundos sosteniendo un mechón de mi cabello castaño.
A veces no sé qué estoy haciendo, pero cuando Alejandro me besó ni siquiera estaba pensando en nada.
Sus labios hambrientos se movían contra los míos, luchaba por seguirle el ritmo en el rincón detrás de la puerta de entrada. No sé qué clase de mal hábito de besarnos en lugares públicos estábamos adquiriendo pero me dejé llevar por una oleada de emociones que nunca me había permitido sentir con alguien más.
Alejandro mordisqueó, besó y lamio las marcas que dejó en mi cuello, sus manos firmes se aferraban a mi cintura por debajo de la camisa como si se estuviera asegurando de que yo no fuese a escapar y creanme no tengo pensado moverme de aquí por voluntad propia.
Ambos nos miramos a los ojos en ese momento, entre suspiros y jadeos pesados. Alejandro, catalogado como el príncipe de corazón frío parecía estar a punto de derretirse en mí.
— Maldición...— Se quejó en voz baja. Intentando obligarse a romper el beso pero volvía una y otra vez.
— ¿Te arrepentirás ahora? — Lo sujeté de la camisa, con el corazón acelerado. No podía dejarlo marchar así.
Pero, antes de que pudiéramos retomar el beso, su móvil sonó.
Alejandro maldijo para sus adentros cuando leyó el mensaje, golpeó la pared tras de mí y luego dejó caer la cabeza en mi hombro, no supe qué hacer con las manos así que las llevé a su espalda.
— ¿Quieres venir conmigo al trabajo? Hubo un contratiempo. — Me miró a los ojos de una forma que ni siquiera me pude negar, aunque siendo honesta conmigo misma, no deseaba ir.
Quizá debí haber escuchado mi sexto sentido.
(...)
Una vez más, el inmenso edificio se abría ante mí.
Esta vez sentía mucho más las miradas de las personas, sobretodo cuando subí con Alejandro por el ascensor ejecutivo hacia su oficina.
— ¿Dónde te habías metido-? — Lo interrogó una mujer de cabellos rubios apenas se abrió el elevador, apenas me vio se sobresaltó. — Oh, hola...
— Hola...— Respondí con incomodidad.
— Traje a la señorita porque tenemos que hablar de negocios. — Incluso yo me sorprendí al ver cómo Alejandro se esforzaba por explicarle las cosas a esa mujer, su mirada normalmente dura y hostil también se suavizó al verla.— ¿No puedes vivir sin mí ni siquiera por cinco minutos?
Esa conversación me hizo sentir como si estuviera estorbando, incluso miré mi teléfono un par de veces pero escuchar las risitas genuinas fue...
Miré de reojo a la mujer, alta, bronceado casi perfecto y medidas como de super modelo. Si ese es el tipo de mujer que a Alejandro le gusta podría entender por qué no se interesaría en Isabela.
Solo me hace reforzar lo que ya sabía: Él también necesita sacar un beneficio de nuestra relación.
Eso, por supuesto, haría las cosas más fáciles.
— Lo siento, has estado sola durante un largo rato. — Alejandro se sentó a mi lado cuando esa mujer se fue. — Aquí podemos hablar con tranquilidad.
Su rostro volvió a ser rígido, solo un poco más suave de lo que sería con otras personas, esa era su manera de mirarme.
— ¿Qué tenías en mente cuando me pediste ser tu pareja en aquella fiesta? — Prgeunté, esa vez Alejandro se acercó a mí y me hizo esa propuesta casi como una oferta laboral.— ¿Qué es lo que necesitas de mí? Sé sincero.
Jugueteé con mis manos por encima de la mesa, bien, quizá tenía algo de miedo de escuchar la respuesta.
— ¿No puedo solo quererte y ya? — La facilidad con la que dice ese tipo de cosas vergonzosas me parece impresionante.— ¿Por qué estás tan segura de que quiero algo?
No hay forma de que se interese en mí sin tener segundas intenciones, una persona que ha vivido tanto tiempo en la sombra de alguien más es como encontrarse una mina de diamantes.
— Además... ¿Qué hay sobre ti? ¿Por qué cambiaste de opinión de repente?
Él se inclinó hacia mí, pero no me atreví a mriarlo a la cara.
—Lo que sientes por mí puede esperar. Escucha —lo interrumpí, buscando desesperadamente una ruta de escape de esa confesión incómoda—. Estoy en tu edificio. Una empresa multimillonaria, muéstrame algo bueno.
Necesito poner en orden mis pensamientos... Y no saltar de nuevo a los brazos de Alejandro.
Funcionó.
—Muy bien —suspiró. Por fin, la verdad—. Si quieres una distracción... sígueme. La oficina es más que paredes de cristal.
Lo seguí a través de pasillos fríos. La empresa se sentía como un museo costoso y abandonado. La puerta no tenía nombre. Al entrar, entendí por qué.
La sala era extraña pero enorme. Las paredes eran cristal líquido puro, y en el centro, el mapa de una red global brillaba, flotando.
—Este es el Nexo —murmuró Alejandro, y por primera vez desde que lo conocí, vi una chispa de orgullo puro en lugar de ansiedad—. El corazón de la red predictiva. Desde aquí controlamos el...
Y entonces, el infierno se iluminó.
La suave luz azul del mapa parpadeó y se convirtió en un rojo violento, pulsando como un corazón enfermo. Los puntos congelados. El silencio tecnológico fue sustituido por un zumbido agudo y vibrante, como si la propia sala estuviera gritando.
—¿Qué está pasando? —pregunté, sintiendo un cambio físico en el aire, como si el oxígeno se estuviera agotando.
Alejandro corrió a un panel lateral, sus dedos volando sobre el cristal. Pude ver su pánico en la forma en que su cuerpo se tensó.
PROTOCOLO SHUTDOWN: ACCESO DENEGADO. FALLA DE CONTENCIOˊN C-5. ZONA CRIˊTICA AISLADA.
El mensaje era aterrador. Y luego vino el sonido. Un chasquido metálico, pesado y sordo. Giré. La puerta, por la que habíamos entrado, ahora era una superficie de acero ininterrumpida. La manija había desaparecido.
—Alejandro, la puerta...
—Es un bloqueo de emergencia —dijo, y su voz no era de director ejecutivo, sino de un hombre atrapado—. El sistema ha detectado una anomalía mayor. Y por las luces, diría que el sistema nos ha clasificado... como la anomalía.
El rojo me bañaba por completo. Mi respiración se aceleró; estaba a un metro de él, y la ironía de la situación me golpeó con fuerza. Lo había evadido para no tener que responder a su confesión, y el universo, o quizás el algoritmo vengativo, me había encerrado con él.
Estaba encerrada en una caja fuerte digital con un genio de sangre fría que, a juzgar por la forma en que su mirada prometía anular todo el pánico del mundo, sabía besar como si el fin del mundo realmente no importara.
¡¿Acaso nada puede salirme bien en la vida?!