34.

Isabela regresó a la mansión de sus padres cerca de la medianoche. Entró por la puerta de servicio, moviéndose con la cojera exagerada que había ensayado a la perfección. Llevaba una bolsa grande de una boutique de lujo. La silla de ruedas estaba escondida detrás de la puerta, así que fácilmente pudo sentarse y re-acomodarse el yeso y demás.

Su madre, que aún estaba despierta, la interceptó en el pasillo lateral que conducía a las escaleras. Su rostro se crispó de preocupación y reproche.

— ¡Isabela! ¿Dónde demonios estabas? ¿Y por qué no me avisaste? ¡Te he llamado cien veces! — Su madre estaba histérica, su voz era un susurro agudo por miedo a alterar a su padre y que se de cuenta de lo ocurrido. — ¡¿Cómo se te ocurre salir sola en ese estado en que estás?! ¿Perdiste la cabeza finalmente?

Isabela se apoyó dramáticamente en el posabrazos de la silla de ruedas. Sus delgados dedos acariciando el yeso que lucía como un escudo defensor.

— Estaba con mi terapeuta, mamá. No puedo vivir enc
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