12.
Alejandro regresó al salón. Caminó con su calma habitual, instalándose cerca de la chimenea para observar la multitud, que lentamente volvía a su conversación normal. Se había asegurado de que Ámber pudiera regresar a casa en paz.
Pocos minutos después, Isabela se acercó a él. Su rostro no mostraba rastro de las lágrimas de minutos atrás; estaba perfectamente maquillado con una dulzura fingida, una sonrisa de disculpa en sus labios.
—Alejandro, qué gusto verte a solas. —dijo, posando su mano delicada y brevemente en su brazo.
Alejandro se giró, su expresión tranquila y difícil de descifrar.
—Isabela. Parece que te has recuperado rápido.
Ella rió levemente, un sonido falso.
—Oh, uno tiene que ser fuerte, ¿sabes? Sobre todo cuando tiene una hermana que, bueno...
Hizo una pausa teatral, mirando al suelo con una tristeza forzada.
—...que no tiene tus mismas habilidades sociales. Es tan torpe. Siempre haciendo estas escenas tan raras. Yo no sé por qué se complica tanto. Es mi deber como su