Le propuse que primero jugáramos a la pelota en aquel lugar donde no había peligro de hacerse daño. Pero antes de que pudiera darle mi idea, Rarith ya estaba recogiendo los trozos y tirándolos al suelo.
- Me gusta construir castillos.
- Creo que soy bueno en esto. - Dije, inseguro.
Me tumbé en el suelo boca abajo y empecé a ayudarla a montar el castillo.
- ¿Tienes muñecas para hacer de princesas? - pregunté.
- Sí, tengo muchas muñecas.
La puerta se abrió y Gabe se asomó, observándonos.
- ¿Quieres jugar, tío Gabe? - preguntó ella.
- Vamos, Gabe... Yo montaré y tú cabes. - Parpadeé.
Las mejillas de Gabe se sonrojaron de inmediato. Y fue tan bonito que casi me levanto y salto a su regazo, colmándolo de besos. Por supuesto, junto con mi alegría estaba el hecho de que Rarith, mi rival, tenía cuatro años. Y no me importaba lo más mínimo que se quedara con toda la fortuna de mi marido en su testamento. Y no me importaba que recibiera juguetes increíbles que su secretaria le enviaba directame