Me bajé la falda para defenderme. Inmediatamente me vino a la mente mi infancia. La cara de aquel hombre era idéntica a la de los borrachos que frecuentaban la casa de una mujer que me cuidaba cuando yo tenía seis años. Ella me dejaba en el patio cuando entraban en casa, para que no corriera el riesgo de ver nada. Además de tener la mala suerte de que se me metieran con los viejos y los borrachos, me pegaban de vez en cuando y seguía sin cobrar. Le limpiaba las heridas. Fue esa mujer la que me enseñó a llevar guantes cuando manipulaba sangre, para no coger ninguna enfermedad. A pesar de todo, la apreciaba. Y recuerdo que hacía una salsa para la pasta muy sabrosa.
Me di la vuelta y caminé hacia un lugar que no sabía exactamente qué era. Me temblaban las manos y tenía ganas de llorar. Y no, no era por lo que Rowan me había dicho, sino por Aneliese. Era demasiado amable y hermosa para tener a un hombre así por esposo.
Por fin encontré el comedor y me reuní con los demás.
- ¿Va todo bien?