Isabella y Mary llegaron al umbral del salón. La escena que tenían frente a ellas era un contraste desgarrador. Por un lado, la luz de la mañana inundaba la habitación, iluminando a los cuatro niños jugando en una manta en el centro de la sala. Liam, con la seriedad de un niño mayor, le mostraba un sonajero brillante a Elías León, mientras Lucía Emilia y Mateo Benjamín intentaban gatear hacia un conjunto de bloques de colores. Era una imagen de pura inocencia y alegría.
Pero el aire alrededor estaba cargado de una tensión silenciosa que casi se podía palpar. Owen estaba de pie junto a la chimenea, con los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Jacob, arrodillado junto a la manta de juegos, fingía interés en una torre de bloques que Mateo acababa de derribar, pero su espalda estaba rígida y su sonrisa forzada. Y Asper... Ella estaba sentada en el borde del sofá, pálida, con las manos entrelazadas tan fuertemente que los nudillos habían blanqueado. Su mirada, llena de un miedo antiguo